Fundacion Alambique para la Poesía

JOUBERT

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Los imprescindibles: Joubert

(Los aforismos de un poeta de la luz)

Selección, traducción y nota de Luis Valdesueiro

 

Joseph Joubert (Montignac-le-Comte, 1754-París, 1824) fue un escritor secreto. Desde 1776, y hasta la fecha de su muerte, llenó más de doscientos cuadernos con máximas, aforismos, ocurrencias, notas... En 1838, su amigo Chateaubriand ofreció una primera selección; y años después, en 1842, Paul Raynal, sobrino del autor, publicó Pensamientos, máximas, ensayos y correspondencia de J. Joubert. Desde entonces, la obra de este oscuro escritor no ha dejado de iluminar a quienes se acercan a ella.

Joubert representa, como acertadamente señala François Dufay, «el vínculo entre los moralistas clásicos y la sensibilidad romántica naciente». En efecto, en sus aforismos se respiran otros aires, menos severos, más alados y sin apelaciones éticas. Una característica de los aforismos de Joubert es la armonía existente entre filosofía y poesía: en ellos, el pensamiento, tocado de levedad, se vuelve poesía, siempre bajo el imperio de la contención, ya que Joubert ama la concisión tanto como detesta el fárrago: «Conciso como un poeta. Concisión poética. Lo propio del poeta es ser breve, es decir, perfecto, absolutus, como decían los latinos.» Y así, escribiendo breve, Joubert supo ser profundo. Para perfeccionar la idea, corrige con entusiasmo. La búsqueda de la concisión fue su ideal y su tormento: «Si hay un hombre atormentado por la maldita ambición de meter todo un libro en una página, toda una página en una frase, y esa frase en una palabra, ese soy yo.» Para Joubert, lo exacto es siempre corto, y no obstante suficiente. La exactitud, afirma, excluye la extensión: quien se demora, parece insinuar, yerra. De ahí que su obra única se resuelva en mínimos islotes que conforman el archipiélago de sus aforismos. Joubert, homeópata de la literatura, apuesta por la concisión frente a cualquier exceso. En un aforismo, tajante y decisivo, declara: «Todo exceso es defecto.»

Si parece inevitable que las máximas de los grandes moralistas resulten, a veces, admonitorias, los aforismos de Joubert sortean ese peligro. Más que un moralista a la manera clásica, debiera ser considerado un poeta del aforismo, lo que no excluye su acercamiento a los grandes temas: la verdad, la belleza, el arte, la poesía, la literatura, el hombre, la religión, la vida, la familia, el estilo, la sabiduría, el orden, la filosofía, la libertad, la educación, Dios... Pero en sus aforismos vibra tanto el pensamiento como la emoción. Los aforismos de Joubert expresan una verdad tan sutil que pareciera banal. Alados pensamientos los que vuelan de su pluma, sencillos y transparentes, y tan leves como el latir del corazón. Aforismos que a veces son destellos, iluminaciones que alumbran el alma. Si, por una parte, Joubert duda de que la verdad se esconda detrás de ningún velo, ya que su color «es la claridad, la transparencia, la evidencia», por otra parte tiene la certeza de que la verdad no nos ayuda a vivir: «¿Buscar la verdad? Sí, si sólo se trata de saber, pero ¿y si se trata de vivir? Entonces es preferible la sabiduría.» Joubert expone su pensamiento y su sentir en notas más o menos breves, ajeno a cualquier ambición literaria, de espaldas al hipotético lector, quizás por desconfianza de la gloria literaria y de sus propias cualidades. Soberbio, acaso, en su humildad, Joubert reniega de vanidades demasiado humanas, y acaba rendido ante la idea de Dios: «Dios es una luz que ve. Una luz que lo ve todo.» Y en Dios descansa su memoria: «Dios es el lugar en que olvido todo lo demás.»

En el prólogo a una antología de los Pensées, Georges Poulet escribió estas esclarecedoras palabras: «Joubert no es un filosofo, un moralista, un autor de máximas: es, como a veces Rousseau y a menudo Éluard, un maravilloso poeta de la luz.» Y, ciertamente, sus palabras iluminan, despiden luz.

 

Aforismos de Joubert


La imaginación es el ojo del alma.

Me apena dejar París porque tengo que separarme de mis amigos, y me apena dejar el campo porque tengo que separarme de mí.

Cuando mis amigos son tuertos, les miro de perfil.

Un sueño es la mitad de una realidad.

Me gustan más los que hacen amable el vicio que los que degradan la virtud.

Almas de agua, almas de tierra, almas de aire, almas de fuego.

He cruzado el río del olvido.

Pensar lo que no sentimos es mentirse a sí mismo, lo mismo que se miente a los demás cuando les decimos lo que no pensamos. Todo lo que pensamos es preciso pensarlo con todo el ser, alma y cuerpo.

No me gusta la filosofía, y sobre todo la metafísica, ni cuadrúpeda ni bípeda: la quiero alada y cantarina.

Cuando brillo... me consumo.

Cierra los ojos y verás.

Todo lo que es exacto es corto.

El cielo es para los que piensan en él.

Hay que ser ilusionario y no ser visionario.

La religión prohíbe creer más allá de lo que ella enseña.

Todo lo vemos a través de nosotros mismos. Somos un medio interpuesto siempre entre las cosas y nosotros.

La religión es la poesía del corazón.

Cuando amamos, el corazón es el que juzga.

Las pasiones de los jóvenes son vicios en la vejez.

La sabiduría es la fuerza de los débiles.

La virtud calculada es la virtud del vicio.

La verdad se parece al cielo, y la opinión a las nubes.

La mitad de mí se burla de la otra mitad.

Nuestra vida es viento tejido.

La justicia es la verdad en acción.

La justicia sin fuerza, y la fuerza sin justicia: desgracias horribles.

A la verdad por la ilusión.

La poesía solo es útil para los placeres de nuestra alma.

Escribir, no solo con pocas palabras, sino con pocos pensamientos.

No pulo la frase sino la idea.

Es necesario compensar la ausencia con el recuerdo. La memoria es el espejo en el que miramos a los ausentes.

Lo único bueno del hombre son sus jóvenes sentimientos y sus viejos pensamientos.

Los que nunca se retractan se aman a sí mismos más que a la verdad.

La debilidad que conserva vale más que la fuerza que destruye.

¡La antigüedad! Me gustan más las ruinas que las reconstrucciones.

Los primeros poetas o los primeros autores volvían sensatos a los locos. Los autores modernos pretenden volver locos a los sensatos.

La educación debe ser tierna y severa, y no fría y blanda.

Hoy día ya no hay enemistades irreconciliables, porque ya no hay sentimientos desinteresados: se trata de un bien nacido de un mal.

Yo, de dónde, dónde, para, cómo, es toda la filosofía: la existencia, el origen, el lugar, el fin y los medios.

Ser natural en el arte es ser sincero.

El poeta se interroga, el filósofo se observa.

Enseñar es aprender dos veces.

La mayoría de los pensamientos de Pascal sobre las leyes, los usos, las costumbres, no son más que los pensamientos de Montaigne rehechos por él.

En ninguna parte se encuentra poesía si uno no la lleva consigo.

La indiferencia da un falso aire de superioridad.

El que posee una imaginación sin erudición, tiene alas y no pies.

En unos, el estilo nace de los pensamientos; en otros, los pensamientos nacen del estilo.

Lo mediocre es lo excelente para los mediocres.

Dios ha ordenado al tiempo que consuele a los desgraciados.

Los hombres se deciden a amar a los que temen con el fin de sentirse protegidos.

Sin ideas fijas no hay sentimientos fijos.

Es imposible que Voltaire agrade, e imposible que no guste.

Una piedad irreligiosa, una severidad corruptora, un dogmatismo que destruye toda autoridad: ese es el carácter de la filosofía de Rousseau.

Joseph Joubert

Traducción de Luis Valdesueiro

 
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