SALUDO, número 5 de la revista Oropeles y Guiñapos
Queridos amigos:
¿Qué mejor manera de celebrar el bicentenario de nuestro admirado Walt Whitman que conjurarnos hoy para, modestamente, tratar de continuar la tarea a la que con tanta generosidad se entregó durante toda su vida?
Aunque respetuoso con los maestros que le precedieron, su original palabra fue la lógica consecuencia de su siempre apasionado contacto con los demás, hurgando e interviniendo sin miedo en la compleja estructura que sustenta al mundo.
De sabia y poderosa intuición, pero orgulloso también de sus grandes contradicciones y limitaciones (Escucho y veo a Dios en cada cosa/aunque no lo comprendo en lo más mínimo), es su poética un manual de honestidad donde se niega rotundamente el supuesto abismo que separa realidad y deseo.
Whitman fue un hombre feliz y agradecido, que soñó contagiarnos su entusiasmo en cada uno de los cantos que atesora su espectacular Hojas de hierba.
No le defraudemos.
Aunque respetuoso con los maestros que le precedieron, su original palabra fue la lógica consecuencia de su siempre apasionado contacto con los demás, hurgando e interviniendo sin miedo en la compleja estructura que sustenta al mundo.
De sabia y poderosa intuición, pero orgulloso también de sus grandes contradicciones y limitaciones (Escucho y veo a Dios en cada cosa/aunque no lo comprendo en lo más mínimo), es su poética un manual de honestidad donde se niega rotundamente el supuesto abismo que separa realidad y deseo.
Whitman fue un hombre feliz y agradecido, que soñó contagiarnos su entusiasmo en cada uno de los cantos que atesora su espectacular Hojas de hierba.
No le defraudemos.
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