Bendiciones de la mañana
I
Salgo a correr hacia la luz.
Los charcos reflejan las nubes.
Desde hace días cada mañana
corro por ese cielo en el suelo
del parque. Es otoño y, a través
de los vanos de los campanarios,
de los arcos del acueducto,
las ramas de los pinos escurren
su brillo de plata sobre la ciudad
lejana y transparente.
II
Paz en abundancia, en esta primavera, pues corro,
y corro y no veo al perro negro, obstinado perro negro,
y mi cabeza repleta de la enormidad de su noche
no puede imaginar las matas de lilas entre las que corro
sin ese perro negro inflamado tras ellas, que me mira
y es el mismo perro negro que no me deja nunca y me acecha
y yo corro, incluso cuando duermo, y siempre el perro negro
de dientes blancos gruñe en su morada de obscuridad.
III
Paz para quien corre mortalmente cansado de la vida
sin esperar de ella otra cosa que parar.
Tras la carrera compro pan en la plaza
en la que el asfalto es como estaño,
un plato de estaño para su ternura blanca.
Cuando algo me molesta como pan.
La rebanada del tamaño de mi boca
es silencio que devora los sabores airados.
IV
Vayamos en paz efímeras imágenes, yo mismo.
Paso veloz por la plaza con idéntica celeridad
con que pasa la vida. El kiosco está abierto.
En el rectángulo iluminado, una cabeza solitaria
parece levitar, limpiamente, sobre imágenes
de aquí y allá. Es difícil a esta velocidad
y a esta distancia correr por un mundo real.
Las efímeras imágenes, yo mismo,
pasamos por la plaza con la incertidumbre
con que vuela una bolsa de celofán
que se lleva el viento. Vayamos en paz.
V
Corres hacia la luz por la ladera oscura
y al alcanzar la cima viene a tu encuentro
el cielo silencioso. Prosiguen tus zancadas,
sin orillas ni abismo, bienvenido instante transparente,
un poco de lumbre que en el azul se ciega.
VI
Cae la luz sin alas como hermética ceniza.
Corro por un eclipse y busco el sol
cuando los bordes grises del universo
sorben el resplandor verde de las briznas de hierba.
VII
Piso presión casi en carne viva, hendiduras,
rugosidad de caverna de un pedazo de tierra,
único testimonio de la verdad de la muerte
sin abajo ni encima. Pues es raíz pero fue cortada,
flotante víscera que se adueña blandamente
de su cuerpo con dureza. Corro sobre lo que me acosa.
Ramón Mayrata
Haikus
En la ventana
mientras escribo un haiku
la luna llena
Un mosquitejo
aterriza en mi sopa:
s.o.s.
Cae la nieve
y apaga su blancura
la flor de almendro
Viento de otoño
aún después de la lluvia
el cuervo es negro
Bajo las aguas
los ojos de los peces
¿ven la estrellas?
La nochebuena
es noche de difuntos
para los pavos
Blanca eres luna
porque el oscuro cielo
te da su luz
Juan Miguel Asensi Torregrosa
Antiguos discos de Costello
Versionando On Elvis Presley´s birthay, de Elliott Murphy
No tengo un especial interés por la casa donde vivo, esa pequeña parcela de 90 m², pero me he acostumbrado y la echo de menos cuando estoy lejos.
Cuando era un niño mi padre trabajaba a seiscientos kilómetros dando clases. De noche, entre semana, llamaba por teléfono, pero los sábados estaba de vuelta.
Vestía vaqueros y hablaba con las manos en los bolsillos del pantalón, mientras jugaba con las monedas.
Íbamos en el antiguo blanco familiar el día de su cumpleaños, escuchando antiguos discos de Elvis Costello. A mi padre le gustaba Costello. Y fue estupendo, fue estupendo conducir por la autovía hasta el mar de junio.
Mi padre era del norte y el fin de siglo le dejó su marca. Vendía libros de texto para una editorial religiosa y nunca habló bien de ningún jefe de ventas, no.
Con el tiempo, me acostumbré a los bares elegantes en hoteles distinguidos donde podía beber codo con codo con los herederos de aquellos jefes de ventas.
Lo mejor de lo mejor.
Donde nunca volví a ser un niño, con mi difunto padre jugando con las monedas en los bolsillos del pantalón, el día de su cumpleaños mientras escuchaba antiguos discos de Costello.
La ciudad donde vivo es caprichosa: te deja elegir quién quieres ser, cuando estás solo.
Tomás Cano Laveda
Teoría general de la relatividad
¿Si todos los cuerpos se atraen
cómo es posible
que el Universo se expanda?
¿Y la fuerza oscura de Einstein?
¿La destrucción? ¿La muerte?
¿La desintegración?
¿Nos expandimos?
¿Y todo lo abrazamos
por fin?
La Teoría de la Relatividad
y el telescopio de Hubble
algún día acumularán
sus mínimums de datos que confirman
que la muerte
y todo este esperpento de procesos químicos
solamente nos hacen
omnipresentes,
materia oscura.
Noventa y tanto % del infinito.
Pero, Dios,
sin el menor recuerdo de que
un día,
en invierno, o a finales de julio
fuimos por alguien
febrilmente
amados.
Zhivka Baltadzieva
Ágora
A Cristian Alcaraz, dulce y confeso
El ágora se llena de himationes
que visten los muchachos atenienses.
Exactamente iguales, repetidos,
bullicio y pulcritud sincronizados.
Pero se hace el silencio.
Todos lo miran. Vuelve aquel muchacho,
hermoso, joven, limpio, de alma limpia,
tras una temporada de turismo.
Se acerca al orador, le pide clases,
pero tanta verdad tienen sus ojos,
que dicen demasiado.
No habrá clases allí, tendrá que irse,
porque el joven turista
ya sabe mucho más que el profesor.
Se miran con deseo,
él se excusa, se marcha,
y el muchacho es la luz que dora el mármol.
Sonríe con dulzura a quien pasea,
mientras piensa
que no se está tan mal entre la gente.
Diego Román Martínez
Artemisa
Despuntar las nieblas con muslos de corza
Con trote de loba avivar las cumbres
Y correr. Correr hasta estallar la luz
Descabalgar las brañas, bajar al lago
que tirita al abrazo de mi cuerpo
ardiente. El gemir de sus aguas
labio sobre mi piel gozosa.
Chilla el viento, abre las ramas y
tu espionaje descubre, Acteón
No voy a maldecirte
Los perros de tu soberbia y de tu miedo
hombre mortal
desgarrarán tu cuerpo. Tan hermoso
Alma Pagès
(de Poemas que olvidé escribir de joven)
Berlín, octubre, 2011
Al amanecer,
las campanas repican en las torres.
Ventanas como cicatrices,
cuchillos hambrientos
en la piel del cemento.
Suena una música de órgano
y llueve sobre una madre de bronce
que abraza
a su hijo
muerto.
¿Cómo será el paisaje
cuando la nieve generosa
cubra tus tejados?
Hay un tiempo detenido
con cuerpos exhaustos
temblando de frío,
libros ardiendo
una noche infame de mayo
de mil novecientos
treinta y tres,
cristales rotos en noviembre
y sinagogas destruidas
en el treinta y ocho.
Hay un espacio que no concluye
de lamentos y memoria
y voluntad de vida,
de territorios separados
por el odio,
de hombres y mujeres,
de niños que huyen
y mueren.
Sobre la ruina
construyeron las campanas,
el vuelo de los pájaros,
los árboles que en otoño
amarillean y crecen
en los parques del pueblo,
la nieve que en invierno
me eleva y
me prolonga.
Hay voluntad
de olvido y de recuerdo.
Hay risas sofocando
el bronco silbido
de la metralla.
Repican campanas
en las torres de Berlín.
Está cayendo la nieve.
Javier Díaz Gil
26 de octubre de 2011
Estherneciéndome
Qué fáciles parecen los paseos a tu lado,
como si fuera fácil pasear por este mundo
donde poco falta ya para ponerle un corsé al viento,
donde ya huelen los ríos al caballo muerto del vidrio.
Qué fáciles parecen los paseos a tu lado,
como si fuera fácil aguantar los pasos,
los huecos sonidos que se quedan en las piernas
y que después tiemblan en la memoria del silencio
como un cordero en la mente.
Pero estoy feliz porque sucede,
se vuelve fácil pasear contigo.
Y el amor es brillante así
como una mano de nieve en la pradera.
He vivido la pasión:
Una uva caída de un pájaro
que no ha parado de rodar
durante algunos meses por tu cuerpo.
Pero no me interesa
la pasión,
su uva.
Esther es un delfín nadando dentro de esa uva; y a su vez es un pez
nadando en el ombligo de ese delfín; y a su vez es la yedra que trepa
por las espinas de ese pez; y a su vez corta la yedra para dejar pasar una
nube; y a su vez ata esa nube a una oveja esquilada para que la oveja
vuelva a ser oveja. Y a su vez lanza a esa oveja al cielo para que la oveja
sea después y otra vez
una nube.
Esther huele a metáfora, a país lejano.
Esther es tan tranquila que deja a los sauces
con una diadema puesta.
Esther al mirar deja a todos los árboles
rubios de relojes.
Esther se esthernece viendo a un gato
entre las flores del vinagre de los vertederos.
Esther se esthernece buceando
como una maraca en flor.
Ella es todo esto y más, pero nada de esto me interesa.
Ni siquiera el amor,
¿Qué se ama cuando se ama?
¿Qué se siente cuando se siente?
¿Qué se pierde cuando se pierde?
Yo estoy loco
porque un loco me lo ha dicho.
Dicen que me peino con petardos.
Que me excito tanto ante la vida
como correr sin cansarse
por los canales de Venecia
con una campana entre las manos.
Pero en el fondo de mi cuerpo
hay una gota de rocío
atravesada por un alfiler.
Porque sé que
el calzado del amor
es una bóveda de agua.
Así que yo sólo quiero que me des la mano
y contigo pasear,
en la voz más profunda de tus pasos,
en los pasos más profundos de tu boca.
Por aquellos caminos donde las sombras de los árboles
se mueven como muros de hormigas,
y donde charlamos sin más sustancia
que los cuatro lados del viento.
Por aquellos caminos donde a veces
te miro sin que te des cuenta,
y como un pinchazo en la rueda del tiempo
toco de sorpresa la espalda del amor,
como el abrir primero
de los ojos de un recién nacido
que después
vuelve a dormirse.
Raúl Campoy Guillén
Surgía feliz
…ser de la negra noche nos lo enseña.
Góngora
Surgía feliz tras los escombros una espiga tan clara, en la vena tan sangre, salvaje en la noche de espaldas sobre el macizo del cuerpo y su curva tan clara, en la arteria tan muerte, un alga luminosa prensil y eléctrica.
Quisiéramos ir al fondo de la boca, apenas unos pies desnudos en el bastidor de la noche. Tan cansados. Caminantes sin ruido hacia las estrellas húmedas.
No es oscuro este cristal que nos adormece. Las esquirlas dulces desmiembran tus alas y entonces el abrazo solo es un ensayo y un proyecto de caricia.
Ven ahora y deja que la herida descienda desde su hueco de escarcha y tengámonos como extraños; el impar sin alma que busca su número y no se cansa de martirizar la aurora.
Juan Francisco Gallego Alonso
Del Pecado
Previne al confesor
del fresco nardo
que aroma
a tus rodillas
en travesía
al más dulce
de los infiernos;
y sumiso, justo, me absorbió.
(Único poema recordado del poemario, inédito y concluso, que ardió entre las crueles llamas de un voraz incendio en la Cala de Mijas (Málaga) el 22 de mayo del 2010.)
Lo Perdido
Lúcido fuese apátrida bailarín
entre marinos escenarios y boas
de olvido; gozase los colores
en la agridulce frontera
ciegos –ya– por la tibia
losa del invierno; revoloteo
así entre pájaros, descifro
sólo aquello lejano, perdido.
(Del libro, inédito, Agridulce)
Fernando García Román
La línea de tus hombros
La línea de tus hombros
ha sido el horizonte de mi vida.
Tus manos han sido mi nido.
Tus labios mi sonrisa.
Tus piernas yo misma corriendo hacia ti.
Tus ojos mis luces y mis espejos
pero sobre todo tus hombros
han estado siempre dibujados en mi alma
con precisión, tirando de mí con hilos invisibles
desde aquel día en que me acompañaste a casa
por primera vez y, después de despedirnos
y subir a mi habitación, me asomé a la ventana
y vi cómo te alejabas: despacio,
con pena, con preocupación. Sobre tus hombros
pesaba un mundo que yo quería
ayudarte a soportar.
Nunca hemos estado más cerca del cielo
Nunca hemos estado más cerca del cielo
que aquel atardecer en los Alpes
cuando perseguíamos las palabras
de sus lenguas antiguas y, al anochecer,
paseábamos por la carretera alta
de la pequeña aldea de Muster.
Era una carretera que parecía
el cinturón que sujetase al mundo: ancha y combada
lo separaba de las estrellas
y de las lunas remotas, impedía
a sus tierras y agua derramarse, les imponía los límites
sobre los cuales tú y yo caminábamos entre el aire aguzado
que embriagaba la piel y el inmortal
olor de la noche que caía sobre los campos
con su mezcla de primavera y otoño.
Tocando apenas la tierra con pies ligeros,
coronadas las frentes de rosas celestes,
íbamos los dos juntos sobre el mundo.
Pilar Gómez Bedate
(Del libro inédito Amor de lejos)
Persistencias
Persistencia en desvelos,
peregrinaciones por un aire que arremolina historias
sin leyenda emprendo, nadas
por el rumor del platanal de polvo
fatigado de junio.
Oscilo en la penumbra
entre temblores donde se desvanece
el ocre tornadizo en las hojas de estrella.
Y cuando muda la penumbra
que transita ese azar, rolo
con ella, mudo
como quien se sorprende en una mutación
desprevenido.
Mediterránea
Desde lejos, atento
siempre a destiempo, el contemplante
del oleaje que conmueve y atruena
o levanta el recital de la tarde
sobre el muelle de piedra mira
las sombras que se asoman
o transitan breves.
Rafael Morales Barba
Aladas sombras
Aladas sombras rotas
caminan por el río infinitamente largo.
Latigazos de luz.
Este Sol parece un agujero
de circular fuego, abierto
en la joroba azul del cielo.
¡Quién sabe dónde está
el viejo búho de ojos amarillos
que anoche vi posado
sobre la recia rama de una encina!
El aire con sus ojos transparentes
me contempla y de todos los colores
son los trajes de plumas de los pájaros.
Me acompañan los cantos de las aves,
la música fluvial y las esféricas palabras
del poema que ahora escribo,
mas también este lento silencio
que me invade con su paz.
Un niño pone su barco de papel
sobre el agua del río que corre rumorosa,
tranquila, limpia y blanda.
Naturaleza mía,
yo te gozo con el alma.
El río me seduce como un rayo de agua,
como un espejo líquido
y un volador aroma emanan, que respiro,
los árboles desnudos de este bosque.
Antonio García Jiménez
Llevar los ojos limpios y el secreto
del fuego mientras los vencejos zarcean
al cielo de la tarde con su cristal
intacto. De repente, estás viendo.
Al amainar, el cierzo aclara el aire y da
lejanías. No te aproximes más. Qué raro,
de repente estás viendo, te parece. Ves
el peso tanto alzarse de la tierra
como palabra al viento, con su calma
de atardecida. Se ha cargado de luz
el horizonte. Ves alzarse el peso
del gusano en la carne, desde que el mundo
es mundo, y cómo pugna la palabra,
en vilo, por quedarse en el tiempo,
con el tiempo, aún. Qué falsedad, en cambio.
Que inútil la metáfora y su efectismo
huero, cómo traer a las demasiadas
palabras, para que se pudra el gusano
también, este poquito de silencio.
Fermín Herrero