Catulo
Libro de Catulo de Verona, poema 3
Llorad, oh Venus, y los Amores,
y los que admiran la gentileza.
Ha muerto el pájaro de mi adorada
delicia, el pájaro de mi adorada.
Más que a sus ojos le amaba ella,
que era muy dulce: la conocía
como la niña chica a su madre;
no se movía de su regazo,
pero, saltando de un lado a otro,
para su dueña sólo piaba.
Por el camino va, tenebroso,
del que, se dice, nadie regresa.
¡Del Orco ruines, tinieblas malas,
que devoráis todo lo hermoso:
qué hermoso pájaro me habéis llevado!
¡Oh, qué desdicha! ¡Pájaro triste!
Por ti enrojecen, de llanto henchidos,
los dos ojuelos de mi adorada.
Horacio
Odas, libro I, XI
No preguntes —nefasto es saberlo— por el fin que han marcado,
para ti y para mí, los dioses, Leuconoe, ni cálculos
babilonios consultes. Mejor es sufrir cuanto sea.
Que más de un invierno, o éste el último, concédate Júpiter,
o que el mar Tirreno quebrante los riscos opuestos,
sé tú sabia y, los vinos mezclando, en un breve lapso
la esperanza no fundes. Que, en tanto que hablamos, el tiempo
celoso ha escapado: disfruta este día, y sin nada esperar del mañana.
Prudencio
Himno al canto del gallo
(Fragmento, vv. 1-24)
Alado nuncio del día,
canta a la cercana luz,
a nuestra mente despierta
cuando Cristo a vivir llama.
“Dejad”, grita, “el jergoncillo
gandul, dormilón, enfermo,
y castos, rectos y sobrios,
vigilad, estoy llegando”.
Después de que el sol ya fulge,
tarde sales del cubil,
si es que durante la noche
no prolongaste el trabajo.
Esta voz, que aves murmuran
posadas en el tejado,
un poco antes de la luz,
es de nuestro juez la imagen.
Entre terribles tinieblas
y envueltos en mantas suaves,
a levantarnos nos llama
cuando va a llegar el día,
Para que al sembrar el cielo
de efluvios claros la aurora,
la esperanza de la luz
conforte a los angustiados.