Los imprescindibles: Pascal
(Los pensamientos de un alma en vivo)
Selección, traducción y nota de Luis Valdesueiro
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las Pascal nació en Clermont (hoy Clermont-Ferrand) en 1623 y murió en París en 1662. A pesar de su temprana muerte, dejó un importante legado como matemático, físico, inventor, apologista, teólogo y filósofo.
Espoleado por el desasosiego religioso, Pascal abrazó el jansenismo y se mantuvo próximo del círculo de la abadía de Port-Royal. “Apóstol del jansenismo”, le motejaría más tarde un descreído Voltaire. Entre 1656 y 1657, Pascal publicó, primero anónimamente, y después con el seudónimo de Louis de Montalte, las 18 “cartas escritas a un provincial por uno de sus amigos a propósito de las disputas actuales de la Sorbona”, conocidas como Provinciales, con las que interviene en el debate teológico sobre la gracia y arremete ferozmente contra los jesuitas.
Publicada póstumamente por los señores de Port-Royal, los Pensamientos (1670) es la obra más conocida de Pascal. Se agavillan en ella los apuntes que fue tomando, durante los últimos años de su vida, con vistas a escribir una “apología de la religión cristiana” que persuadiera a los incrédulos de su necesidad de Dios. La obra se publicó con el título de Pensamientos de Sr. Pascal sobre la religión, y sobre algunos otros temas, que se encontraron después de su muerte entre sus papeles. Imposible es saber en qué habría desembocado ese aluvión de notas y fragmentos si Pascal hubiera concluido la obra proyectada. La intención de Pascal al concebir su apología era doble: por una parte, dejar constancia de la miseria del hombre sin Dios y, por otra, afirmar la grandeza del hombre con Dios y defender razonadamente la religión cristiana. El énfasis puesto en la “miseria del hombre” sublevará, décadas después, a Voltaire. En sus Cartas filosóficas (1734) escribe con su acerada pluma: “Me parece que, en general, el espíritu con el que el Sr. Pascal escribió esos Pensamientos era el de mostrar al hombre desde una perspectiva odiosa. Se encarniza en pintarnos a todos malvados y desdichados. Escribe contra la naturaleza humana poco más o menos como escribía contra los jesuitas. Imputa a la esencia de nuestra naturaleza lo que no pertenece más que a ciertos hombres. Dice elocuentemente injurias contra el género humano. Yo me atrevo a tomar el partido de la humanidad contra este misántropo sublime; me atrevo a asegurar que no somos ni tan malos ni tan desdichados como él dice...”.
A diferencia de las máximas de La Rochefoucauld, Vauvenargues, Chamfort... los apuntes y fragmentos de Pascal no tenían un fin en sí mismo. Algunos, incluso, están a medio terminar. Los pensamientos de Pascal se mueven entre la filosofía y la teología, aunque son los temas filosóficos –la angustia, el yo, el corazón, la razón, la duda, el tedio...– los que sin duda resultan más cercanos al lector actual.
Quizás no sea posible leer estos Pensamientos sin traicionar el pensamiento de su autor, ya que si para Pascal eran el hilo que acabaría llevándole a otros desarrollos, para el lector se convierten en algo acabado y con sentido propio. Xavier Zubiri, que tradujo una selección de los Pensamientos, dejó entrever esa sospecha cuando, tras señalar el carácter no sólo fragmentario sino indeterminado de estos pensamientos, añade con agudeza: “En rigor, pues, lo opuesto a un aforismo”.
Pascal representa al hombre como náufrago en el mar de la existencia, como un ser acosado por la incertidumbre. Para Pascal el hombre es un ser finito y limitado, que vive encerrado y perdido en una “pequeña celda”, sin posibilidades de escapar de su propia condición, tan contradictoria. Si el pensamiento, que empuja al hombre a buscar la verdad, constituye toda su grandeza, no alcanzar nunca esa verdad labra su miseria. Para escapar de su triste estado, el hombre se refugia en la diversión. De esa manera huye de lo esencial, se evade. Al leer los Pensamientos de Pascal se hacen plenamente evidentes las razones del filósofo y las dudas del hombre. Unamuno lo advirtió con claridad: “La lectura de los escritos que nos ha dejado Pascal, y sobre todo la de sus Pensamientos, no nos invita a estudiar una filosofía, sino a conocer a un hombre, a penetrar en el santuario de universal dolor de un alma, de un alma enteramente desnuda, o mejor acaso de un alma en vivo, de un alma que llevaba cilicio”.
Pensamientos
Contrariedades.— El hombre es naturalmente crédulo, incrédulo, tímido, temerario.
Descripción del hombre: dependencia, deseo de independencia, necesidad.
Condición del hombre: inconstancia, tedio, inquietud.
Tedio.— Nada le resulta tan insoportable al hombre como permanecer en absoluto reposo, sin pasiones, sin tareas, sin diversión, sin ocuparse en nada. Siente entonces su nada, su abandono, su insuficiencia, su dependencia, su impotencia, su vacío. Del fondo de su alma surgirá, irrefrenable, el tedio, la maldad, la tristeza, la pena, el despecho, la desesperación.
Somos tan presuntuosos que quisiéramos ser conocidos en toda la tierra, e incluso por quienes vendrán cuando ya no estemos. Y somos tan vanos, que el aprecio de cinco o seis personas de nuestro entorno, nos divierte y nos agrada.
Diversión.— Es más soportable la muerte sin pensar en ella que el pensamiento de la muerte sin peligro.
Miseria.— Lo único que nos consuela de nuestras miserias es la diversión, y sin embargo es la mayor de nuestras miserias. Pues es la que, principalmente, nos impide pensar en nosotros, y la que hace que nos perdamos sin sentirlo. Sin la diversión, seríamos presa del tedio, y ese tedio nos empujaría a buscar un medio más auténtico para salir de él. Pero la diversión nos entretiene, y nos lleva a la muerte sin darnos cuenta.
Corremos sin preocuparnos hacia el precipicio, después de haber colocado delante de nosotros algo que nos impida verlo.
El silencio eterno de esos espacios infinitos me espanta.
Dos excesos: excluir la razón, no admitir más que la razón.
Si se somete todo a la razón, nuestra religión no tendrá nada de misterioso y de sobrenatural. Si choca contra los principios de la razón, nuestra religión será absurda y ridícula.
El corazón tiene razones que la razón no conoce; se sabe por mil cosas. Yo digo que el corazón ama al ser universal naturalmente, y a sí mismo naturalmente, según se entregue a ello, y se endurece contra el uno o el otro a su gusto. Habéis rechazado a uno y conservado al otro: ¿es que os amáis por razón?
Es el corazón el que siente a Dios y no la razón. La fe es eso: Dios sensible al corazón, no a la razón.
La razón nos manda mucho más imperiosamente que un amo, pues desobedeciendo a éste se es desdichado, y desobedeciendo a aquélla se es un necio.
El pensamiento hace la grandeza del hombre.
El hombre no es más que una caña, la más frágil de la naturaleza, pero es una caña que piensa. No hace falta que el universo entero se arme para aplastarla: un vapor, una gota de agua basta para matarle. Pero, aunque el universo le aplastase, el hombre seguiría siendo más noble que lo que le mata, porque sabe que muere y conoce la ventaja que el universo tiene sobre él, mientras que el universo no sabe nada. Toda nuestra dignidad consiste, pues, en el pensamiento. De ahí es de donde tenemos que elevarnos y no del espacio y del tiempo, que no sabríamos llenar. Esforcémonos en pensar bien: éste es el principio de la moral.
El hombre no es ni ángel ni bestia, y la desgracia quiere que quien pretende hacer el ángel haga la bestia.
El poder de las moscas: ganan batallas, impiden actuar a nuestra alma, comen nuestro cuerpo.
La grandeza del hombre es grande cuando se sabe miserable. Un árbol no se sabe miserable.
Es, pues, ser miserable saberse miserable, pero es ser grande saber que se es miserable.
Los hombres son tan necesariamente locos que sería estar loco, con otra clase de locura, el no estar loco.
Anhelamos la verdad y no encontramos en nosotros más que incertidumbre.
Buscamos la felicidad y no encontramos más que miseria y muerte.
Somos incapaces de no desear la verdad y la felicidad, y somos incapaces tanto de certidumbre como de felicidad. Se nos ha legado este anhelo tanto para castigarnos como para recordarnos de dónde hemos caído.
Blas Pascal
(Traducción de Luis Valdesueiro)