La samaritana
Los sigo de cerca
por dondequiera que van:
con mi barraca,
mi cantina de frontera,
mi circo ambulante
y su murga fulana.
Con todas las demás.
Quiero estar con ellos
donde ellos estén:
rodear su territorio
de zarza y jaramillo,
en el dadivoso desierto,
en los cañaverales, en el crepitar
obsceno de las tormentas.
Bajo los toldos
entre luces, serpentinas
recito con ellos sus letanías de bourbon
y cigarrillos. Les desguazo el hígado.
Viviana Paletta
Física imperfecta
Todas las cosas tienen su fin, incluso el cine,
salvo la noche, que se oculta por el día
en el cuenco de las manos, en la mirada del viejo.
Reaparece y nos acoge en su misericordia
–página sin numerar, cambio sin palabras–
amamantando el espectáculo.
Cuando todo queda inmóvil –porque se ve–
la noche ayuda a las transformaciones,
a pasar puentes, a destituir.
Cuando amanece estamos más lejos,
más solos.
José María Delgado
Memoria rota
Me dicen que no puedes recordarme,
que aquellos años turbios no son nada
en las alfombras rojas de tu vida,
que nunca te has salido de la dulce
felicidad estúpida del miedo
tapado por la falta de promesas.
Si yo te dijera cuánto he vivido
después de aquella tarde de un otoño
más oscuro que todos los otoños,
lo mucho que he tardado en despertarme,
lo rápido que me he acostumbrado
a hacer las cosas como yo quería,
y no como querían mis amigos
del alma, con lo bien que me querían...
Ahora que he encontrado mi camino,
ahora que por mucho que uno quiera
jamás podrá volver atrás, ahora,
quiero que me devuelvas el espejo
perdido y olvidado, medio roto,
donde todos los días te mirabas,
me mirabas tan cerca y tan intensa,
como si fuera tu segunda piel.
Saca ese espejo de su caja blanca,
no vuelvas a mirarlo, por favor,
colócalo cerca de aquella fuente
en donde tantas veces nos amamos,
y así podré después de tanto tiempo
romperlo suavemente en mil pedazos.
José Miguel Ridao
Tratando de evitar
para Cristina Santamarina y Nelly Schnaith, en su conversación
1
El acróbata
ha tropezado
tras su traspiés
trastabillando avanza
con desesperación tratando
de no caer
de desequilibrio
en desequilibrio
avanza
y quienes lo miramos
apenas podemos reprimir la angustia:
¿logrará
evitar la terrible
caída?
2
Y es que ése no quería avanzar
solamente trata
de no caer
3
El muy discreto Montaigne señalaba
que la palabra es a medias
de quien habla y a medias
de quien escucha
pero con nuestra media palabra
las más de las veces
nos atragantamos
4
No sabemos
si aquel acróbata acabó
dando con sus huesos en el suelo
5
Pero alguien encontró el guijarro
y así pudo a la postre
pronunciar su sermón
Jorge Riechmann
Cuando las oleadas de pájaros
empezaron a caer
cuando las nubes de abejas
empezaron a caer muertas
al mismo tiempo por toda
la faz de la tierra
cuando las trufas empezaron
a subir de precio
porque los cazadores de trufas
eran cazados con escopeta
cuando el pan empezó a saber
a jerga
cuando los hombres empezaron
a aburrirse de tanto estar entre solos
cuando los siguieron las mujeres hartas
cuando empezó la maldita guerra santa
de los musulmanes contra los cristianos
de los cristianos contra los musulmanes
de los proveedores de los adictos contra sus perseguidores
de los perseguidores contra los adictos
cuando empezaron a morir de raíz las flores
cuando empezó a secarse letra por letra el silencio
cuando la nube dejó de ser negra a crédito
y se iluminó como una bóveda fosforescente
cuando los hombres empezaron a comerse las palabras
cuando las palabras empezaron a morder a los hombres
cuando los números empezaron a masticar las palabras
cuando las palabras ya no se pudieron mover de hambre
y tuvieron que disfrazarse de niños
para jugar a la rima y a la analogía
cuando la Biblia se comió al Corán
cuando el Corán devoró los diálogos de Platón
y Platón se indigestó hasta vomitar ranas
cuando de tantos libros leídos
el triste caballero se transformó en libro
cuando los puntos suspensivos
empezaron a caer como gotas de lluvia
cuando la lluvia subversiva trazó sus diagonales
dibujó hombrecitos marchando presurosos
sobre el pavimento mojado
cuando los ríos subieron de precio
cuando los precios subieron al cielo
cuando el cielo se desplomó como muerto
de tanta agua caída
y las ciudades se inundaron
los campos se inundaron
se inundaron iglesias escuelas hospitales
se inundaron los ojos de los muertos llovidos y olvidados
cuando se inundaron los ojos de los vivos
cuando la agonía se secó
y se quedó deletreando tolvaneras
a la muerte tartamuda
cuando los precios subieron como
la espuma de la cerveza
cuando el perfume se derramó sobre los senos
y ya no los hizo cantar
cuando la canción tropezó
y los hombres se comieron sus palabras
se les enterraron los números en la garganta
cuando la música se puso a recorrer
el horizonte al ritmo del escalofrío
cuando la geometría se puso en huelga
y ya no quiso dar la hora
cuando la química se encontró con la geografía
–y se gustaron
cuando el derecho tomó del brazo al revés
y se sancionaron a la sombra de la Ley
cuando el castigo dijo “Alto ahí”
y le respondió el eco respetuoso
cuando la risa se cayó del ojal como una flor
cuando el pétalo se le cayó a la flor de la edad
cuando las corbatas empezaron a agitarse como banderas
cuando los estandartes se mojaron de tanta sangre derramada
cuando los calcetines se perforaron por el talón
cuando el hilo se les fue a las verdades a medias
y se quedaron mudas las verdades bilingües
cuando el espacio volvió a quedar lleno de espacio
se hizo el vacío
se hizo el silencio insondable
era demasiado tarde
y a esa hora
ya nada se podía ver por la
caída de la TV.
Adolfo Castañón
La incesante metamorfosis
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres
(según las últimas estadísticas).
Dámaso Alonso
Que los cinco millones de habitantes largos
animando el Madrid contemporáneo
sean o no cadáveres, es harto incierto
un argumento en suma demasiado complejo
de analizar ahora.
Me inclino por dejar
la crítica social para otros foros.
Lo que sí es innegable
es que el millón de muertos aludidos
–tan sarcásticamente–
son en la actualidad un millón de cadáveres auténticos.
Poetas: no tengáis nunca miedo
de estirar demasiado una ironía.
No existe una metáfora
–ni la más arriesgada–
que el tiempo no se encargue
de transformar despacio en verdadera.
Raquel Lanseros
Un río, un cuerpo
Tu cuerpo como un río
se escapa por el valle
y encuentra las raíces
vegetales del sueño.
Juan J. León
La tarde del verano serpenteaba
por álamos y chopos, y en la acequia
rebosante de espejos la corriente
repetía tu nombre entre las flores:
las aguas regalaban sílabas cristalinas
al eco rumoroso del torrente.
La luz, al declinar en tus pupilas,
descubrió los nocturnos ruiseñores,
la música acordada de los astros
y el sereno oleaje que dilata su playa
en el iris azul de tu mirada.
El descenso del valle oscurecido,
la compartida soledad de un cielo
malva que se diluye en leves rosas,
el trino misterioso de los mirlos,
tu alegre manantial de gestos y de asombros
trazaban la distancia que separa
el paraíso que guardó mi infancia
del que renace joven por tus ojos.
Con las últimas luces del ocaso, al regreso,
cerca de ti camina emboscada, sigilosa,
mi sombra que se aleja lentamente
hasta perderse en el tapiz bordado
que la noche, encendida de fúlgidas estrellas,
dibujará en tu sueño.
José Gutiérrez
Felina
De la jaula sale la fiera
con uñas afiladas y mirada acechante.
Maliciosa, impulsiva,
con los instintos en manada.
¡Al ataque!
Me rodea con fulminante belleza.
Se iluminan sus ojos como incendios nocturnos
y su boca divierte.
Felina,
avanza…
sedienta,
avanza…
marcando territorio
con la erótica caza que aviva su hambre.
Exhibe sus colmillos como centellas hirientes
y su lengua hinchada de arrebatos primarios.
La fiera baña con saliva la selva sagrada.
Se revuelca.
Ruge y se revuelca.
Absorbo aliento animal,
el jadeo venenoso al oído.
Su boca, precipicio depredador.
La presa frágil y pusilánime.
El duelo de las carnes en el feroz instante
… De la jaula ha salido la fiera
y al devorarla la he amado.
Lilián Pallares
El surtidor
en medio de la pila
hace rebosar las tazas
sobre tallos de papiros
come pipas en el banco de al lado
cáscaras en los muslos y en la orla de su falda
hay una capilla al fondo adosada a la tapia
suena un móvil unos instantes
me arrebata la dulzura musical de su ruso
aluvión de sonidos húmedos
que solo pueden querer decir una cosa
me levanto y salgo me golpeo
en la cancela de inmóviles rejas
la miro de reojo no se ha inmutado
ya no escupe ni se sacude las cáscaras del regazo
es una estatua junto a la fuente
José Luis Ortiz Berenguer
diálogo entre silvestre e josé, o carpinteiro
a mão desapareceu sob a madeira? a luz escondeu os dedos – ligando o norte e o sul, o sul e o sudeste? a dor, debaixo de algumas palavras, dividiu e recompôs o reflexo do vidro sobre os olhos. a pedra renasce depois do negrume. o ouro envolve três quartos desse rosto: a legenda.
dissolvi esta parte do meu corpo para melhor dirigir o olhar aos alicerces da montanha. poderia subir, deixar entre os rochedos a chama que iluminaria as asas e o farol. dissolvi, porém, o clamor, a cinza e o testemunho. pedaços de metal ficaram como linhas na água e no trevo, junto da parede.
que ficou dos alicerces na tiara que ostentas sobre as veias? que estilete registou sobre o ouro, entre a seda e o damasco, a palavra – o rosto em que o gelo descreve o canto, negro, ecoando entre os castanheiros e os filamentos de nojo na sarça e no navio onde tentámos rever-nos?
a luz atravessa a muralha entre excrementos e pastas de sangue. a flama dirige a sua língua até muito perto de nós. o cabelo arde. o som parece idêntico, mas guarda no interior a união entre o rosto e a seara. mudamos de edifício, o lintel segura-nos no tremor. as telhas estalam durante a noite. a mão escreve sobre a cal a voz do imperador. transporta para dentro peso da madeira – tantos séculos sepultada a nascente.
olho a imagem. as interrogações surgem nesta agenda. não consigo encontrar uma única hora em que não estejam presentes o sangue e o fogo. a mão desaparece. desaparece apesar do segredo. a veste alcança o universo. a paixão revolve a legenda que procuramos colocar junto do mapa para conseguirmos encontrar o destino. o friso estoura. quebra cada um dos selos desta vinha e deste campo. um outro mar, a cidade que vemos. a dança e a morte nos degraus do altar.
nenhuma celebração nos redime. a tinta esconde apenas um pigmento mais antigo. que nome possuo? grande, talvez, a linguagem dos pássaros e das pedras, do tronco desta árvore, da lombada deste livro em que escrevo sem cessar. tudo dissolvo com o tempo: a minha mão abençoando o vazio, a tua mão acariciando essa criança crescida demais para a idade, a mão do pastor a semear insectos nas águas e no futuro, a mão do mártir atada à distância, os estigmas do fogo nessa mão que segura a morte e a vida. tudo dissolvo. só assim sei reunir as cartas que escrevi: respigo primeiro, procuro depois a essência – uma sombra, o milagre do reencontro, a resistência e o desejo, a assinatura e o alimento. a autópsia revela algumas palavras no estômago. algumas palavras. o coração aberto sobre a cama. a língua recolhendo na carne e na pintura o escopro e o cinzel para fabricar o sopro e a memória.
Ruy Ventura, Contramina
diálogo entre silvestre y josé, el carpintero
¿desapareció la mano bajo la madera? la luz escondió los dedos : ¿uniendo norte y sur, sur y sudoeste? el dolor, bajo algunas palabras, dividió y recompuso el reflejo del cristal sobre los ojos. la piedra renace después de la tiniebla. el oro envuelve tres cuartos de ese rostro: la leyenda.
disolví esta parte de mi cuerpo para dirigir mejor la mirada hacia los pies de la montaña. podría subir, dejar entre las rocas la llama que iluminaría las alas y el farol. disolví, sin embargo, el clamor, la ceniza y el testimonio. pedazos de metal se convirtieron en líneas en el agua y en el trébol, junto a la pared.
¿qué quedó de los principios en la tiara que luces sobre las venas? ¿qué estilete grabó en el oro, entre la seda y el damasco, la palabra: el rostro donde el hielo describe el canto, negro, haciéndose eco entre los castaños y los filamentos de luto en la zarza y en el navío donde intentamos volvernos a ver?
la luz atraviesa la muralla entre los excrementos y coágulos de sangre. la llama dirige su lengua hasta muy cerca de nosotros. el pelo arde. el sonido parece idéntico, pero guarda en su interior la unión entre el rostro y la mies. cambiamos de edificio, el dintel nos clava en el temblor. las tejas crujen durante la noche. la mano escribe sobre la cal la voz del emperador. transporta hacia dentro el peso de la madera: tantos siglos sepultado el manantial.
miro la imagen. las preguntas surgen en esta agenda. no consigo encontrar ni tan siquiera una hora en que no estén presentes el fuego y la sangre. la mano desaparece. desaparece a pesar del secreto. el hábito alcanza el universo. la pasión revuelve la leyenda que quisimos situar junto al mapa para conseguir encontrar el destino. el friso estalla. rompe cada una de las marcas de esta viña y este campo. otro mar, la ciudad que vemos. la danza y la muerte en los escalones del altar.
ninguna celebración nos redime. la tinta esconde tan sólo un pigmento más antiguo. ¿qué nombre poseo? grande, tal vez, el lenguaje de los pájaros y las piedras, del tronco de este árbol, del lomo de este libro donde escribo sin cesar. todo lo disuelvo con el tiempo: mi mano bendiciendo el vacío, tu mano acariciando este niño crecido más de su edad, la mano del pastor sembrando insectos en las aguas y el futuro, la mano del mártir atada a distancia, los estigmas del fuego en esa mano que clava la muerte y la vida. todo lo disuelvo. sólo así sé reunir las cartas que escribí: trillo primero, después busco la esencia –una sombra, el milagro del reencuentro, la resistencia y el deseo, la firma y el alimento. la autopsia revela algunas palabras en el estómago. algunas palabras. el corazón abierto sobre la cama. la lengua recogiendo en la carne y la pintura el escoplo y el cincel para fabricar el soplo y la memoria.
(Traducción de Marta López Vilar)
Una de las razones
que hacen grato el silencio, a cierta edad,
es que es el ámbito de los que se fueron.
Su voz, íntima y tenue, no puede oírse
en mitad del ruido continuo de las cosas; que, además,
es abusivo e irrespetuoso
para la calma, la soñadora delicadeza
en que les gusta vivir. (Quizá no se han repuesto
del todo de la muerte;
quizá uno no se repone nunca de algo así).
En cualquier caso, el silencio es su patria.
Es allí, sin palabras, donde uno puede tener
la esperanza de encontrarlos. Y vale la pena. Son una compañía
paciente y comprensiva,
y saben mucho, muchísimo (la muerte
es una gran escuela). Su visita
nos deja serenamente enriquecidos, aunque a veces
no sepamos muy bien cómo. (No importa).
Uno se acostumbra a distinguir
a quienes están habituados a ese trato; hay en ellos
esa misma delicadeza, esa sabiduría,
que sólo en él pueden aprenderse. Hasta el punto
de que las otras compañías se nos hacen, a veces,
algo superficiales. Es como si no hubieran aprendido
a darse cuenta, aún, de ciertas cosas.
José Cereijo
Tu nombre
Escribo en el agua tu nombre
transparente
hasta que los peces se sacian de luz;
luego,
agito la corriente,
borro tu rastro de los ojos de Narciso,
y vuelve la oscuridad al cauce.
Teo Serna
El gorrión
A José Luis de la Vega
I
Un pequeño gorrión cae al suelo
Enfermo
Hacia el ciprés camina lento y negro
Sabe
Como sabe el ciprés
Que el cielo azul es fino como canto
Y que al atardecer desaparecerá
El cielo
Él
Si desde el alto ciprés pudiera ver abajo su cuerpo diminuto
El gorrión
O si desde mi altura viera su pequeño cuerpo
El gorrión
O si desde su propio vuelo pudiera verse casi detenido y mínimo
El gorrión
O si desde el alma de Dios pudiera verse ya a sus pies hundido
El gorrión
¿Qué canto dejaría a la noche?
¿Qué sencilla semilla habría de perdurarle?
II
Además de su tiempo y su paciencia
Contiene el monte en cada hoja un rayo de olor
Un fuego de claro sonido
Y en ellas está la vida apresurada del gorrión
Hacia el ciprés y hacia mí
Su canto esencial
Su alto movimiento
Su primer accidente
Y todo lo que es propio de su plumaje
Y de su gracia
Así os contempla antes de la nada
Como yo
Una inmensa piel extendida ante el mar
Plegada y turbia
Una mancha verde y todos los otros colores
Que también manchan a la luz de la tarde
Así os contempla antes de todo
Que todo es para después
El nuevo canto
Posarse y observar
La ligereza
Y la neblina entrometida en la penumbra
Ocultando al gorrión
III
El gorrión presiente el hacha fina
Presiente el huracán
Presiente la voz entrecortada por tormentas
Cumpliendo de agua el verdor y los ríos
Saciando de aire húmedo la luz
Presiente el giro leve del ciprés como un saludo
Presiente mi temor
IV
Tan fácil como la tarde avanza colman las nubes el valle
Y se llena el bosque tenuemente
Cada salto de luz es un árbol
Aunque el espacio quiera difuminarlos
Nada más preciso que un gorrión
Que tembloroso corrige a la luna y le exige ocultarse
Yo soy la luna clara de esta noche
Y debo resplandecer
Yo soy el gorrión
Nada más
V
Barren las alas del gorrión el suelo
Mientras las golondrinas arrancan pellizcos al estanque
Cada cual dibuja su límite en el espacio
Perfilando la vida y su contorno
Más allá
Recogen las golondrinas del sol ventaja de sus rayos
Pero el gorrión no tiene sol
Y a su costado la sombra acude a guarecerse
VI
Pide el gorrión a su dolor más cuidado
Quiere entender el paso tembloroso
Quiere saber que después está esperando
La vida
¿Qué me demora ante vosotros enormes pinos?
¿Qué impulso me llevará a vuestra cima?
¿Por qué vais a acogerme?
Yo soy el gorrión
Nada más
Jorge Dot
Cenzontle
a Samuel Serrano
Pájaro numeroso el Cenzontle
Ahora es una violina
Después un azulejo, un muchacho que silba,
un sangretoro, un turpial
De cuatrocientos cantos habla la etimología náhuatl
Pero, a veces, pareciera cansarse
de ser tantos pájaros
y ensaya un misterioso silencio
Todo su adentro calla
como si se escuchara a sí mismo callando
como si descubriera que en su silencio habita otro pájaro
que canta
suspendido en su ramaje interior
Es, quizás, entonces más cenzontle el cenzontle
Rómulo Bustos
Mi abuelo no salió de su pueblo.
El pueblo tenía cuatro casas,
cuatro calles, cuatro caminos,
cuatro vecinos, cuatro perros.
No había en él ni obispos, ni ministros,
ni putas, ni altos cargos,
no había empresas, ni banca, ni iglesia había.
En realidad no salió nunca de su molino.
Ya es casualidad que por aquel lugar,
remoto y olvidado,
acertara a pasar la vida.
Mi abuelo hablaba poco, pero sabía mucho,
todo lo aprendió mirando la muela
que, implacable, con el mismo eterno movimiento,
machacaba siempre el grano, hasta hacerlo polvo.
Begoña Abad
Primavera veneciana
la
laguna
es un truco
del mar un juego
de espejos
que reflejan
su ausencia
y se hacen
lámina
olor
tacto
silencioso
el agua
se desliza
bajo los cascos
de las lanchas
entre los puentes
y las celosías
invade el aire
y la piedra
con manos
de seda y
ojos de
sal
aquí
todo se derrumba
y permanece
es falso
y verdadero
como el arte
como
el vuelo
de las palomas
y del mármol
que se sostienen
en la ilusión
en la sed
en la
quietud
tímida del
atardecer
el vaporeto
llega a la plaza
de San Marco
rumiando
su lenta ruina
de metal en tránsito
entre las islas y el litoral y los turistas
desembarcan en la plaza
empuñan mochilas y cámaras
decididos a vencer al olvido y al mar
que hace siglos hicieron la paz con
Venecia
abandonándola en el fango
con sus finos postes
de colores imposibles
sus blasones
que se funden con la niebla
en un estrépito de pan de oro
y vidrio
entre esmeraldas rubíes y coral
rasgando
una infinita tristeza
atenta
elegante
resignada
eterna como el mar que nos sigue
y se esconde
como la música
que acompaña
a los amores imposibles
hemos venido de noche
a ver una ciudad vencida por su belleza
por la paciencia del agua
a tocar
la madera podrida
que se deshace en la caricia
implacable de la humedad
relumbrando como los violines
que velan a la muerte
en el fondo
del gran
canal
aquí
Antonio
Vivaldi enseñaba
a sus alumnas que el tiempo
es inmóvil cuando se hace música
que las estaciones son como el agua de la laguna
símbolo de la vida que se hace tiempo y del tiempo que se hace música
la primavera hace el verano y el otoño
llega agradecida al invierno como
el estuco fatigado
se quiebra
y
cae
Ricardo
Wagner murió
en el casino
tal vez pensando en las montañas
de Baviera cuando apareció el ángel exterminador
a decirle que ya era hora que todos los ríos
traen su oro a esta laguna
que Lohengrin
extraviado en las callejuelas
llora bajo el puente del Rialto cuando cae la noche
nadie
nos dijo que podíamos
volver
hemos venido a verificar
que nunca nos fuimos
que siempre hemos estado navegando
hacia el oriente
sin movernos del punto muerto donde la seda y el oro
se hacen polvo
y el polvo se vuelve
fango
espiga de piedra
hilo de vidrio
rama de coral
vena del dolor
máscara de carnaval
tacto
y silencio
Andrés Unger
Vida no vivida
A Julian Blaga
La vida no vivida por mi padre
la vivo yo; tengo carrera y puesto
de funcionario como hubiera ansiado
para sí, tengo una vivienda grande
y una mujer cabal e inteligente,
pero no me siento mejor por esto,
padre; siento el dolor igual que tú,
que crece en mis entrañas, y la angustia
de seguir tus pasos de día en día,
al verte tan serio en mi terco espejo.
José Miguel Domínguez Leal
La pasión de este incendio
Veo correr las víasdonde van a morir todos los trenes,el óxido, el acero,la nube desbordada de secretos metálicos.Y recuerdo la luz de otros metales.Qué diferentes eran.Dorados relucientespara cubrir a Héctorde tremolante casco.Y las tropas del Átrida. Imposibleborrar de mi mirada ciegala armadura de Aquiles, o las armasbien portadas de Ayante.Odiseo brillando tras su escudo,bajo el signo doradode la diosa con ojos de lechuza.Y el resonante aullidode los viejos guerreros mirmidones.El mundo entero era un clamor metálicoa punto de fundirse sobre el fuego del Hades.Pero nada importaba. Solamenteel terrible deseode una consumación definitiva.Y la esperanza ardientede que la tierra se volvieraun lugar ensalzado por la voz del arrojo,del valor, la arrogancia,y la memoria de unos héroesque pedían morir antes que huir sin Gloria.
Ahora un canto tibio hace rodarel perfecto engranaje de los días,los dioses se han marchado, y nadie elevasus súplicas en dulces libaciones.De tan civilizadoslos hombres olvidaron la pasión de este incendio, la locuraque recorre la piel como un tatuajede murallas en llamas.De tan civilizadossuben la adrenalinacon un mando a distancia y se desnudancorriendo las cortinas y no tienensangre que encienda el corazón del aire.Morirán y jamás podrán decireste es el remocon el que yo bogaba.Estas fueron mis noches en el pontomis días en el llano,ésta es mi sangreéstas mis armas, éstaslas palabras que habríadeseado gritar, mientras hacía ardertodos mis miedos bajo el sol de Troya.
Óscar Martín Centeno
Cuerpo
Y las sombras se abrieron otra vez y mostraron un cuerpo
Octavio Paz
I
Madeja de ceniza
árbol para mis manos
es una red tu pelo
donde encallar es fácil.
Océano de tigres.
Aguas planas, profundas.
II
Oculta la blancura
detrás de la cascada,
es un ángel tu nuca
que reza una plegaria.
Súcubo ante mi beso.
Tibio beso de escarcha.
III
Ejército de oriente
rebaño de corderos
tus dientes permanecen
asidos a mi carne.
No los burla la muerte.
No los arrastra el hambre.
IV
Inmóviles caminan
dos caracoles quietos.
Ojos como la espina
que en la noche sorprende.
Tumbas de luz. Sarcófagos.
Noche del sol, tus párpados.
V
Como un regreso al vientre
niñas acurrucadas
tus dos orejas cantan.
Una canta en silencio
otra grita colores.
Siempre están por nacer.
VI
Allí anidan fantasmas
con piel de hierbabuena.
Tu nariz es un pozo
donde están mis secretos.
De vez en cuando hierven.
Se esfuman por el aire.
VII
No son malas serpientes
ni anguilas recostadas.
Tus labios son de pólvora.
Mojados, embebidos
tienen color de incendio.
Apagan el deseo.
VIII
Ni el cisne de Darío
podría ser tan blanco
como tu cuello tibio.
Delicia de mi boca
puerta sin puerta al gozo
tibios hielos eternos.
Leandro Calle
Malas hierbas
Perturbamos la noche
que recorren sin pausa las hormigas,
un hades diminuto
donde no están los muertos.
La mano sostiene su pequeño poder
y otorga vida o muerte.
Un haz de pálidas raíces
como tallos lunares,
breve ofrenda de la tierra a la tierra,
botín de nadie para nadie en la luz.
José Luis Gómez Toré
La roca
Sólo el agua acierta
a fecundar el corazón vacío
de una roca.
De esa roca por siglos abandonada de palabras,
limpia de dudas y terrores.
El agua la reinventa
y el sol y el viento ahora
la reconocen.
La roca se despierta.
Al caracol que escribe
sobre su espalda
se le encienden los cuernos.
Jesús Aparicio González
Triste luna llena
Cubierta está por nubes negras
la más triste Luna en luna llena;
y así, nublada, aún se emperra
en refulgir entremedias su grandeza,
su belleza, todavía más grande que su pena…
Fernando de Castro Soubriet
(de Versos para Cristina)
Adiafòria
El brogit de les onades,
l’oratge sota els pins,
el clapoteig de la pluja,
l’espetec del llamp,
les coratjoses aigües del riu,
el pet del tro,
el bramul de la tempesta,
el xeric dels ocells.
Tot té el seu crit.
La natura ens parla
i, nosaltres, restem impassibles.
* * *
És…
És una nit sense son
és l’escalfor d’una espelma
és el lladruc d’un gos
és el so tímid del campanar
és el poble enmig de la fosca
és encara la imatge de la mar
és el respirar profund del primer son
és la companya d’uns amics adormits.
Teresa Florensa Busom
Indiferencia
El rumor de las olas,
el viento bajo los pinos,
el chapoteo de la lluvia,
el estallido del rayo,
las impetuosas aguas del río,
el chasquido del trueno,
el rugir de la tempestad,
el canto de los pájaros.
Todo tiene su sonido.
La naturaleza nos habla
y, nosotros, permanecemos imperturbables.
* * *
Es…
Es una noche sin sueño
el calor de una vela
el ladrido de un perro
el tímido bandear del campanario
el pueblo en medio de la oscuridad
es aún la imagen del mar
el respirar profundo del primer sueño
la compañía de unos amigos adormilados.
(Traducción de Ángel Guinda y Raquel Arroyo)
Cuando el primer misil
Cuando el primer misil
los Capitanes Generales hacían el amor.
La noche arrebataba el corazón a los jazmines.
La luna nueva perseguía las entrañas
del diablo.
Yo,
tu pubis marino.
Adolfo Burriel
Hablar con el vecino, el tendero y el del kiosco
Mis años no eran madeja de tiempo
el que nunca me atrapaba.
Pasaba raudo como
paloma que cruza con mensaje de albricias
dejando tersura en mi cuerpo
y turgencia en mis pechos.
Mi vestido lo trenzaba primavera.
Mis ojos la madrugada que pare vino y rosas.
Mi cuerpo amanecía cada minuto en sus brazos
signada por su señal de hombre.
Y veía cruzar los destellos anónimos
de vaticinios conjuros premoniciones y oráculos
de los que nadie pudo alzar sus velos
descriptados para mí.
Así era el paraíso de mi vida
situado entre praderas que formaban grandes faldas
para darme cobijo contra el tiempo
en su ronda de restas y deserciones.
Pero llegó una tarde en la que la madre tierra
parió anillos de lluvia y se deshizo el hechizo de mi círculo
y algo se quebró en la ausencia
y se apoderaron de mí los años
y quedé con las manos metidas en una flaca madeja de lana.
Y ya mis pies se arrastraban en chanclas
y mi espalda buscaba las claves del suelo
y mi cuerpo era un nombre
pegado a un extraño espejo torcido.
Ahora cambio el tiempo que me queda por nada.
No quiero contar horas meses años...
No quiero ir a comprar el pan la leche la fruta
hablar con el tendero los vecinos el del kiosco
pues se me enredará el lenguaje oscuro de la luna
y no entenderé la vida que coge el metro todos los días
y para en estaciones de las que no sé el nombre.
Por eso me he escondido detrás de mí y descalza
me he puesto a gritar.
Juana Vázquez
La liebre y la tortuga
Suena el silbato
y la liebre deja una estela de polvo
corre
da la vuelta a la granja
y se aproxima a la línea de meta
divisa a la tortuga sobre la misma
y da por perdida la carrera
su rival permanece inmóvil
Caperucita roja
Caperucita
con falda corta
en los ojos del lobo
el lobo
con destreza
maniobra su ganzúa
mientras
ruedan manzanas desde la canasta
días después
vuelven al bosque para mantener el cuento
Sergio Laignelet
Las palabras
Espesas como niebla, las palabras
enredan con sutiles subterfugios
lenguaje y pensamiento.
No son un bisturí leve y preciso.
Ni son como tijeras
para podar las rosas de noviembre.
Ni siquiera son dignas de respeto.
Tampoco son la lupa
que aplicada al minúsculo problema
lo vuelve trascendente
y logra resolverlo.
Es más, quisieran ser como las raíces
del árbol de la ciencia, las palabras.
Sin embargo, tan sólo son las ramas;
las ramas que no dejan ver el bosque.
Ramón Bascuñana
Aquí no tengo luz
Aquí no tengo luz, no tengo nada.
Llegué enviada, amanecí en el tiempo,
pregunté, estaban lentos, me esperaban
cómplices asustados de este espacio
donde se olvida de la luz la eternidad.
Cuesta romper de carne las paredes. Vuelvo
hacia allí con la cabeza y siento que estoy en
lo difícil de ese extremo. El cuerpo a veces lo traspasa.
Tengo en la poesía y en la música reflejos de aquel
estar intemporal y pleno, como el recuerdo
de la luz que mengua, porque
nadie de aquí posee el fuego.
María José Martínez
Nunca sabremos nada
de todas las palabras
que en el aire traspasan
la distancia.
Van de una voz a otra
de un tiempo hasta otro tiempo
de una piel
hasta otra piel desnuda,
en otra orilla
en otro mar distinto.
Las palabras nos guían
a través de la lluvia
a través de mareas inútiles
y nunca alcanzan
la perfección del miedo.
M. Cinta Montagut
Preguntas sin final
Para Tere
Dime dónde has guardado las palabras
que aparentabas no saber decir antes de irte,
si las dejaste suspensas en el aire
dispuestas a abrazarnos por sorpresa
alguna noche de melancolía.
Dime, prudente mujer de los silencios,
a qué música suena tu infinito.
Dime qué puede la amistad
cuando te quedas sola
justo en la punta de la flecha lanzada al aire
¿en verdad reconforta
–puente de alas verdaderas–
la mano de un amigo?
Dime de qué lucidez y arrojo te valiste
para dar con esa alma de cántaro
donde finalmente decidiste morar
y preparar el salto al otro lado de los días.
Dime, ahora que lo has aprendido,
cómo se acaba el tiempo.
Dinos en qué respiraciones contenidas
podemos recoger tus huellas,
el vaho de tus afectos y meditaciones,
los puntos suspensivos de tu vida.
Emilio Pedro Gómez