Antología poética de Julio Antonio Gómez
(Selección de Ángel Guinda)
Prólogo para un silencio interminable
Con humildad escribo
la delirante arquitectura en reposo de mi poesía,
para qué, para quién,
trazo pequeñas manchas casi como palabras que viven,
ignorando si mienten
o si su brillo surge de las tristes verdades
que a la vida aprehendieron
o esconden calladas transmigraciones o llanuras y muertes
edificadas brazo a brazo en un país con alma de naipe,
en un dominio inútil como el grito de un buzo.
Con humildad, sobre mi mesa, ordeno
las murallas amarillentas, los amenazadores cánceres lejanos,
las polvorientas persianas de mi casa olvidada en el viento,
la desesperación nocturna del asfalto que espía
irrevocables sufrimientos, agónico-girar-molino-corazón,
corazón, incansable corazón
para qué, para quién.
Tímidos me visitan ojos alucinados de los barcos
que se tropiezan en la noche con ronquera de incienso,
momias vertiginosas semejantes a baúles inservibles,
paquetes rebosantes de un terror prepucial,
casas y cartapacios hartos de sopas y de misas,
recuerdos con inmovilidad de saurio anhelante de siestas,
murciélagos suspendidos en la hibernación del horror provincial,
tapias de adobe civil a quienes a tiros arrancaron la camisa
para cubrirlas luego con casullas de sangre
y una gris hermosura –un vértigo– agitándose
en el duro encarnizamiento de los barrios perdidos.
Tal pudo ser mi vida
aunque ignore si existo o me sucedo,
para qué, para quién,
en mi disparatada tarea de comedor febril de cánticos,
triste-poeta-funerario-español-inútil,
borracho hasta la frente,
amoroso constructor de ánforas agujereadas
y confiando aún
–aún–
en la pavorosa e intocable vendimia del amor.
Tal pudo ser, para qué, para quién,
mi vida.
Tal pudo ser para nada ni nadie
al preguntarme ahora por los límites hondos de la pena
en el ruedo insensato de esta insultante eternidad baldía.
Todo regresará
certero como un vómito infinito de hastío
sólo salvado a veces por la ira.
Estos sueños…
España, ardida lanza
Hasta la muerte te he de seguir amando
y soñaba ser sangre de tu herida
y trampa en que perdieras la partida
y mazo para darle a Dios rogando.
Malcerraste las brechas de tu herida,
nos diste –a duro toque de campana–
las ruedas de molino del mañana,
la trampa en que ganaste la partida.
Nombrando, en tu mentira de bravura,
a Dios poeta y al poeta, loco,
has cambiado a tus hijos, poco a poco,
por solemnes columnas de amargura.
Pero lloro y te busco…, madre mía:
¿en qué trinchera huiste a la alegría?
¿En qué trinchera huiste a la alegría?
– ¿En qué trinchera huiste a la alegría?
Con extremo cuidado recojo las palabras, las oculto, las quemo
para que apenas puedan reconocerse, las maquillo vistiéndolas
de colores lejanos a los suyos;
para decir:
dolor
doy un rodeo; digo: ayer, hambre, pueblo, paro, crimen;
para nombrar el pan
recorro campos, puños, sindicatos, arados y monedas;
para pedir justicia
me salgo a los veranos mentirosos, los tribunales rosa,
las cárceles modelo, los coros y las danzas;
para expresar amor
violentamente escribo sólo amor,
sólo amor.
Mi hermano se ha sentado de espaldas a mis versos
porque no los comprende.
Dice que es necesario
estudiar la gramática sorda de un idioma distinto.
Nos urge, por lo tanto,
traducir los poemas al corazón del hombre,
dar luz a las palabras, desnudarlas limpiándolas
y decir simplemente:
dolor,
pan
o justicia.
Pero no me es posible.
Yo también tengo miedo.