José Cereijo: el pulso íntimo de la escritura[1]
(A propósito de la Antología personal, publicada por la ed. Polibea)
Javier Lostalé
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a poesía de Cereijo ha ido creciendo a lo largo de los años como un adagio, como un movimiento lento del espíritu convertido primero en el pulso íntimo de la mano que escribe, y transmitido después al lector de un modo transparente, empañante, a través de un lenguaje cincelado por una respiración clásica y con un tono coloquial –como muy bien señala Enrique García Máiquez en el texto introductorio que abre la antología–. Una Antología Personal, título desnudo de referencias, que debió, según las palabras del autor, llamarse como un verso de la escritora norteamericana Marianne Moore: Sapos de verdad. Algo que compartimos, porque esta poesía no tiene ningún miedo a tragarse todos los “sapos de la verdad”, cuya búsqueda e iluminación se deriva del propio curso de la existencia, verdad que, como en Keats, no puede desligarse de la belleza. En todo caso, el que los poemas hayan sido elegidos por el mismo Cereijo, siempre tan consumado a la hora de escribir como de seleccionar lo escrito, dota a la antología de la tensión de un universo unitario, creciente como dijimos al principio, pero fiel siempre a dos elementos que consideramos centrales en su obra : la música interior que potencia la emoción, y los sueños con su poder de revelación de la vida, acaso ellos la única vida cuando la realidad multiplica sus rostros de carencia o pérdida. Elección personal consagrada por la edición de Polibea, pues en ella todo está preparado para que su contenido nos exista, como sucede con el alma.
Llegados a este punto leamos juntos esta Antología personal en la que se persigue la meta, como en toda la escritura de Cereijo, de “la intensidad, la hondura y la precisión”, y se tiene como compañía en la difícil navegación, aparte de los clásicos, a Cernuda, Brines, Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma y Miguel d´Ors. Lectura en la que ya aparece la muerte en su primer libro, Límites, publicado en la colección Melibea en 1994. Aparece en el único poema que lo representa, “Triste rosa”, y lo hace con el sentido positivo y fecundante que en general tiene en toda la creación de José Cereijo. Muerte trabada a la vida para, desde el constante anuncio del acabamiento, no dejar de celebrar la existencia. Fusión por tanto de vida y muerte, hasta el punto de que en el poema “Testamento”, del libro Música para sueños, editado por Pre-Textos en 2007, todo lo vivido se entrega a la muerte, que tiene “un protagonismo obsesivo en los haikus de La amistad silenciosa de la luna, publicados en 2003 también por Pre-Textos. Así lo señala Enrique García-Máiquez, para quien el ideal ético de José Cereijo es “la serenidad estoica ante la muerte inevitable”. Y junto a la muerte, núcleo vivificante de su poesía es el amor que, creo, está unido umbilicalmente a la renuncia, a la ausencia y al recuerdo, porque la amada se hace presente a través de la separación, e incluso de la invitación al olvido, lo que le presta una intensidad mayor al sentimiento amoroso, que brilla así más necesario y puro. Intensidad que posee también el desamor, pues es más plenitud que falta, llegando a convertirse en un acto de ofrecimiento a la amada. El amor –escribe Cereijo– que renuncia a todo lo que ama / para seguirlo amando. Amor –pensamos nosotros– que germina profundamente en lo que nunca fue a través del recuerdo. Dice en el poema “El amante recuerda”, del libro Música para sueños: No todo lo he perdido. Queda tu nombre. Queda / la hondura del silencio después de pronunciarlo. / Queda lo que no pasa, ni puede pasar nunca: / lo que nunca ha pasado. Silencio que es también término axial en la poesía de José Cereijo, que tanto se corresponde con el misterio, el secreto y la gratitud por lo que se nos da sin merecimiento, como se desprende del poema “Luz de marzo”, incluido asimismo en Música para sueños: En esta luz de marzo, / en esta luz estremecida y pura / que un dios benevolente trajo hoy a tu ventana / y que hace avergonzarse a tu silencio, / además de su inmensa, callada compañía, / hay una verdad honda que debes aprender: / no pueden tus palabras retenerla; /no pueden mejorarla. / Acata esa belleza, tan superior a ti, y déjala perderse. / Y que el silencio sea tu forma de homenaje. Y en otro poema escribe: Todo lo que importa pertenece al silencio. El sueño, como al principio señalamos, tiene igualmente un carácter basal en la poesía de Cereijo, muy unido, estimo, a la soledad, no pasiva, sino creadora: La vida –parafraseo un verso del bellísimo poema “Pájaro muerto”– es sólo sueño y olvido. Sueño que se confunde con ese espacio profundo y sin amanecer nadie de ser nosotros mismos nuestra única compañía. Sueño enclaustramiento que le obliga a rebelarse para despertar. De nuevo habla el poeta: Algunas veces pienso que quisiera / dormirme para siempre, y que fuera mi vida / una sesión continua de fantasmas,/ criaturas de humo junto a las que vivir / con esa intimidad honda y distante / que acostumbra a tener la propia compañía. / Algunas veces pienso / que lo que de verdad quisiera es más sencillo, / y mucho menos autocomplaciente: / a besos, a patadas, como fuera, / despertar de una vez. Y en esta lectura gozosa que estamos haciendo de la poesía de José Cereijo no podemos olvidarnos del paso del tiempo y su poder destructor, capaz de borrarlo todo menos, cito al poeta, la evidencia del dolor; transcurso del tiempo que encuentra una doble resistencia: la de la memoria, capaz de salvar lo que algún día existió, y la de la muerte, tan citada, al transformarse en sustancia de la propia vida. Y unida al tiempo nos encontramos la melancolía que es –parafraseo– la piedad del tiempo, y una nostalgia más de futuro que de pasado. Tiempo que no cuenta con nosotros y que nos tiende sus trampas (Las trampas del tiempo se titula su libro publicado por Hiperión en 1999).
Una sección muy especial de esta latiente antología es la dedicada a los haikus, ya citados, en los que José Cereijo es un verdadero maestro. Basta para comprobarlo La amistad silenciosa de la luna, obra que trasmina belleza y una temperatura interior que no es fácil encontrar en estas composiciones. Sección en que se nos revelan con la depuración y la esencialidad de los haikus, con la vibración de la naturaleza tan presente en ellos, todos los temas de la poesía de Cereijo: la muerte, el amor, los sueños, el silencio, la nostalgia, el cuerpo que poseen los recuerdos, la soledad llena de semillas y la ausencia como lugar donde se puede levantar la sombra de Dios. No me resisto a transcribir tres haikus: Adónde miran / los ojos de los muertos / tan fijamente.(…) Jaula vacía./ ¿No es el silencio un canto / extremo e íntimo?(…) Ya que te has ido, /por lo menos devuélveme / mi soledad. Y aparte de esta sección dedicada a los haikus, en esta Antología personal hay una selección de los relatos breves que fueron publicados en 2005 por Renacimiento bajo el título de Apariencias. Su inclusión se integra de un modo natural en el corpus total, tanto formalmente como por su contenido, con el añadido de un elemento sorpresa y cierto suspense. Son textos que se apoderan del lector desde el primer momento.
Por último señalo que he tenido la suerte de leer el último poemario, aún inédito, de José Cereijo. Su título, no sabemos si definitivo, es Los dones del otoño, título muy acertado porque es un poemario en el que el pensamiento y todos los sentidos están preparados para recibir, y existe una clara fusión con la naturaleza. El otoño simboliza, y así lo escribe, la intimidad con lo que muere, lo más permanente. El nuevo libro de Cereijo, que esperamos tener pronto en nuestras manos, es un libro lleno de pensamiento sintiente, traspasado por “la música callada del alma” de San Juan de la Cruz, que fluye a veces con la quietud de la filosofía oriental y está dotado de cierto “franciscanismo”. Un poemario despojado de lo accidental, en el que no se busca más allá de lo que se nos entrega, que nos mueve a saber escuchar el gran silencio interior que reina en la soledad y a hacer de la existencia aceptación. Lo temporal y lo eterno se unen en unos poemas en donde se busca el rostro verdadero del ser a través de la sabiduría que nos ofrece la lentitud. Y las palabras son sólo aproximaciones a lo que queremos nombrar. Siguen estando presentes en Los dones del otoño todas las materias fundantes de su poesía, pero en un grado máximo de desnudez y aquilatamiento. La publicación de este nuevo libro confirmará, una vez más, la importancia de la obra de uno de los principales poetas de los ochenta.
[1] Texto leído en la presentación de Antología personal (Polibea), que tuvo lugar en la librería Rafael Alberti.