Fundacion Alambique para la Poesía

SELECCION POEMAS DEL NUMERO 5

 

 

La mano de lo arreglado

para gustar,

parterres, canteros…

Lo desarreglado,

lo hacinado en cualquier rincón,

sacado de otro rincón

en el que es preciso

hacer belleza;

desempolvar, quitar lo raído,

con cierta armonía

mezclar estilos,

disfrutar de esa gracia musical,

decorar.

Poner decoro en las cosas,

ceñir el nudo, cepillar el traje,

gótico flamígero

con gótico suave,

violeta y blue.

Como si lo ácido fuera tan sólo posible

a través de lo dulce.

Tránsitos meticulosos,

nada

que implique un gesto hacia el vacío.

Recorrer un código de errores,

¿por qué esto fuera de lugar?

¿por qué eso herrumbrado?

Y no descubrir

las cosas que vencieron,

cosas ahora triunfantes

desordenadas

en un nuevo orden.

Noni Benegas


 

 

Tu cuerpo

A Rocío Alarcón

Nació para las manos,

página escrita en sílabas de piel

que sólo en la caricia

pueden deletrearse.

Vino

tu cuerpo y, muy despacio,

fue ordenándose el mundo.

Igual que el aire para sostener el vuelo,

así tu piel nació para que el roce

tuviera su sentido.

Con lentitud de agua que aprendió al fin su cauce,

mis manos aprendieron

tu nombre

y sólo saben

llamarte ahora desde el tacto.

Ellas son otra forma, más cierta, de memoria;

ellas son ese borde que limita contigo,

y más allá se vuelve

frío y borroso el mundo.

Tu carne, esa escritura

del roce: la palabra más exacta

porque en ella no caben

más que los silencios.

Pedro A. González Moreno


 

 

Haikus

Roza el paraguas

la rama del naranjo.

Lluvia de azahar.

En un papel,

aquella letra tuya

que yo imitaba.

Sobre la acequia

la telaraña atrapa

rayos de sol.

Mientras discuten,

el canario en su jaula

canta más alto.

Brilla con fuerza

dispersando las nubes

la luna llena.

Susana Benet

(2012)


 

 

el periódico dice que hoy me han disparado

a quemarropa, según ellos

mortal de necesidad, dijo el cirujano al verme

nadie oyó nada, como sucede en estos casos

ni un testigo, estaba oscuro, yo iba solo

un ciudadano ejemplar, rezó una esquela

si me hubieran conocido

yo fui el peor de los hombres, lo juro

imaginad a Orfeo abjurando de Perséfone

y regresando a casa solo con su flauta

yo fui peor que todas las plagas

dios renegó de sí mismo al engendrarme

un hombre sin creencias, sin leyes

un hombre que no saludaba en la escalera

un hombre absurdo, un borrón, una errata

el periódico dice que hoy me han disparado

ellos sabrán, si lo dicen será que es cierto

yo tan sólo, creyéndome vivo y sin disparos

certifico que soy un mal hombre

un ángel caído que hoy ocupa las portadas

Rubén Romero Sánchez

 


 

 

El mijo

Una explanada en algún lugar del poblado

del centro del universo.

Un árbol frondoso y un sol abrumador

que amarillea las sombras

y lija las paredes de barro de las casas.

Un gran mortero con mijo.

Tres mujeres sin edad,

con los paños enrollados en las caderas,

armadas de enormes palos de madera,

muelen con esfuerzo el mijo,

milagrosa cosecha, tesoro cotidiano.

El ritmo alternativo de los golpes

es hipnótico y repetitivo

como el paso de los días.

No sonríen, muelen.

Y el tiempo queda suspendido,

eco de jornadas más antiguas,

eco de otras madres y un mismo mortero

que muele el campo y los días,

que golpea rítmicamente las hojas de los árboles,

los débiles troncos de los arbustos,

las arenas secas de ríos estacionales,

que marca el compás de la siesta

de los hombres y los niños,

que recorre el aire diáfano e infinito

hasta la primera memoria de los seres y las cosas,

que se graba para siempre en el recuerdo.

Y las mujeres muelen,

ajenas a la observación indiscreta del viajero,

ajenas a la dureza del trabajo.

Pero son contempladas largo tiempo,

hasta que la misma mirada

se disuelve en el ritmo

y se hace abstracta y eterna

como los cielos de África.

Ángel Antonio López Ortega



 

 

Quatre Cantons

Quatre Cantons es el olor a cera

en las aceras de mi pueblo,

son mis recuerdos grabados a fuego,

es mi abuela tejiendo en la mecedora,

y la mesa camilla, y el olor a naranjo.

Quatre Cantons son recuerdos bellos,

sin artificios ni desvelos,

es lo que soy sobre una balda olvidada

en una pared sin dueño.

Es tu pipa, tu foto, tus gafas,

tu recuerdo imborrable,

cada uno de estos versos

que me legaste

sin saberlo.

Miguel Ferrando



 

 

Llegó a recordar una extremaunción

Dejada en no supo qué antiguo recuerdo

Quizá parte de un pasado que tal vez

Le hubiese pertenecido

Debió ser el tiempo que extraviado en sus ojos

Anegado en sus ojos

Hizo del olvido una nostalgia impensable

Amorosa blasfemia entregada en forma de mujer

En algún lugar alguna muerte que

Como madre obstinada se le mostró

Cauterizando en herida recientemente abierta

Oración perfecta    en tumba

Durante siglos de fiebre provocada en el deseo

Sorbió un cáliz  beso a beso  con la belleza de un dios

Virginal y uno

Fue por entonces que desde el abismo concreto

Se despeñó hacia la cima inalcanzable

Requerida ya desde antes del tiempo     caída primera

Y si alguna vez derramado a la escala infinita

Por cuyo único eslabón se trepa hasta el principio

Y fin de las cosas               desfalleció

No fue el agotamiento   fue la nada empeñada en las

Manos      la tolerancia  erguida    y      quieta

Pero antes  muy atrás

Donde su recuerdo no logró retroceder

No alcanzó su dolor  y su origen ya se negaba a sí

Mismo       allí donde     el nunca     debió ser y no fue

Más  que la última amarra de la esperanza    inútil   y

Ciega        perdida

Ultima amarra por siempre maldita y suelta por

Siempre       allí      a  la entraña del celo ya vivo más vivo

Más inútil por jamás por nuncas por siempres maldito el

Nunca que no pudo ser  que no fue más que un intento

Desesperado de no ser jamás   maldito y  muerto

Y después  muy adelante

Tan adelante donde sus ojos no recordaron

No alcanzó su dolor

El olvido nunca recobró su sueño

Abrió sus manos perpetuamente vivas

Nació una madrugada en la que el dolor ciñó su frente

Una noche en la que el dolor

Cual despótico corcel abocado a un entusiasmo

Maníaco  en una cabalgadura frenética y caótica  y

Loca  grabó su frente

Surgió de un magma imposible de considerar

De un nacimiento atado al geocentro de la locura

Más estéril y grandiosa  divina loca y desquiciada

De la placenta estéril de un dios lisiado y desquiciado

Durante años de infancia no fue hombre

Fue tal vez un error

No era aún presagio ni suicidio

Fue milagro       tan sólo milagro

Oscura cadena envolviéndose en su cinta

Conoció a la serpiente

Que exorcizada fue esposa demencia y amante

Capítulo inicial en la historia de sus cenizas

Durante unos desposorios inciertos hubo de

Consagrarse a la vida  vestir el rojo palio

En su calvario mientras duró solía nombrarse

Legendario sacrificado a sí mismo

Con orgullo de ofrenda  reclinada en sí misma y para

Fue un dogma rebelde

Pensándose ocultamente  con desprecio

Hábil mimetismo ensombreció su rostro

La duda esforzada  eozóica

Hubo veces que iniciado al milenario agravio de

Las horas   enmudeció   cuando

En el blando orgasmo de un lamento

Frágil esperanza de un seísmo inmensurable y último

Condescendió  consigo

Todos sus días fueron días de culto

Su culto fue una víspera atenta a un nuevo

Firmamento          sucedida       inacabada

Su firmamento  un pentecostés de sombra

Asistido de una gracia lúgubre

Logró trazar sobre la extensa faz de la tierra un

Inabarcable sudario    allí grabó un rostro gravísimo

Luego inclinándose           le  adoró

Dios hombre arrasó su propio oráculo

Cuando en un culto fatal la ira incontenible

Esclareció el equívoco    Y     hombre dios fue satán

Crucificado         redimiéndose a sí mismo

Vuelto a comenzar

Pero antes muy atrás

Donde su recuerdo no logró retroceder

No alcanzó su dolor  y su origen ya se negaba a

Sí mismo      allí donde   el nunca    debió ser  y

No fue más que la última amarra de la esperanza

Inútil y ciega                  perdida

Ultima amarra por siempre maldita  y suelta por

Siempre                    allí

A la entraña del celo ya vivo más vivo más inútil por

Jamás   por nuncas  por siempres maldito el nunca

Que no pudo ser que no fue más que un intento

Desesperado de no ser jamás   maldito y  muerto

Y después

Tan adelante donde sus ojos no recordaron

No alcanzó su dolor

Nació una madrugada en la que el dolor…

Una noche en su frente

Antonio Ferrández



 

[Una luna anaranjada...]

El Jevero

Una luna anaranjada cuelga sobre el horizonte. Parece como si fuese a rodar por las montañas o sumergirse en algún mar que no alcanzamos a ver. Pero no decae: sigue ahí, presidencial, clavada en el aire, ardiendo de frialdad, casi roja. El anochecer se cierne sobre el río: es una electrolisis oscura, volátil como la piel, que sangra sangre gris. Insectos diminutos como granos de arena se enredan en el pelo, en los pliegues más escondidos, excitados por un sol que mengua. El agua del Jálama se desprende de sus chasquidos diurnos y suena a caucho descoyuntado. El agua ya no es piedra, sino un lengüetazo tinto, estirado en amortiguaciones de obsidiana. Alrededor, los terruños, volcánicos, se empenachan de retama o, pelados, juegan al ajedrez con los roquedales. La aridez del cielo es proporcional a la aridez de la tierra. Pese a ello, gotea una brisa blanca, con regusto a escarcha, que nos araña las corvas, y tabletea, levísima, entre los álamos. [Mientras escribo el poema, pasa un afilador, con su arpegio secular, y potros que repiquetean en el adoquinado, y un motorista que compensa la pequeñez de su inteligencia con la enormidad de su ruido]. El paisaje se esponja, acuciado por la negrura: se colma de huecos y lechuzas. El tiempo embarra las manos, entenebrece la piel con su claridad adversa, se escinde con la monstruosa delicadeza de un adenocito. Su ubicuidad es binaria: todo lo conquista y de todo se ausenta; su estar consiste en desaparecer. El tiempo, ido, deja en su lugar las transparencias rojas de la luna, el estaño ensombrecido de la corriente, la pesadumbre de ser, entre cosas que mudan. Todo se expande en un zigzagueante torbellino de músculos y esporas. Saber que dentro de poco también yo me iré, coronado por el vuelo poligonal de los murciélagos, consciente de hechos mínimos, como el encendimiento de la brisa o el latido de las hojas, pero ignorante del mal que soy, de la oscuridad que he sido, me ratifica en esta eternidad contradictoria, en la espesura bifaz de las horas. El tiempo escapa de las piedras como las piedras del cielo, como el agua; y escapa de mí, aunque deje huellas feroces, aunque celebre su inaprensibilidad con dentelladas quirúrgicas y corroa la esperanza con la diligencia atroz de una ascáride. Lo sólido ―como el vaso que ya solo contiene el agua de los cubitos deshechos, como la esclusa que une las orillas y, a la vez, las separa, como los nombres que pululan en el aire y se confunden con las hormigas voladoras― disiente, poseído por una ligereza próxima a la ingravidez. Lo sólido tropieza, se contrae, despide llamas tangibles, sonidos en los que se entrelazan los relojes y el grito, las tinieblas y el amor. El río insiste en su fluir como una lengua en otra lengua. El río es terco, aunque sabe, como la lengua, que su fluir es su muerte. El sol se ha convertido en luna, y ahora brilla con un fulgor saturado de espinas. Cierro el libro y me levanto de la mesa. Pasan dos libélulas con los abdómenes enlazados: forman un nudo de aire, que recorren las irisaciones del crepúsculo como los impulsos eléctricos un filamento de cobre. Una última polilla quiere protegerse de los murciélagos en mi hombro, pero yo la expulso de un manotazo. Ya no queda nadie en el bar.

Eduardo Moga




 

Pintura al óleo con niños en la playa

Niños en la playa,

mar que viene

y que otrora también fue mío.

La misma agua,

la misma sal,

el mismo aire,

el mismo oleaje.

Soy yo, dibujado en el tiempo;

mi cubo rojo

para levantar castillos,

mi rociadera azul

para mojar la arena,

mi pala amarilla

para alisar la tierra.

Miles de puntos de óleo,

rojos, azules y amarillos;

algo así como los miles de días pasados,

blancos y negros,

cuando yo era también

un niño en la playa.

Mingo Messeguer

 


 

Artilugios

Uno

Solo esta luz carece de relato.

Dos

Las autoridades poéticas

advierten

que escribir mata.

Tres

Cuando la cera acaba

y la llama muere,

suena el teléfono,

este viejo aparato

que entierra a las personas.

Javier Sánchez Menéndez

 


 

Vidas

Nace un hombre y comienza a nacer el mundo.

Mundos naciendo y muriendo a cada instante.

Todo son visiones, todo amanecer y anochecer

de imágenes del día nuevo o ya pasado.

Un camino que contiene todos los caminos.

Un hombre que es todos los hombres.

Una palabra en el bosque más silencioso

que se haya conocido nunca.

Es decir, la mar que vuelve y vuelve sin dejar de irse.

La prolongación perpetua de nosotros mismos.

Pablo Núñez Díaz

 


 

 

[No refleja ni al monte ni al viajero]

No refleja ni al monte ni al viajero.

Ensimismado en su pereza, el lago

consiente sin lamento ni ufanía

el tributo que cede a la vacada

sedienta de su espléndida frescura.

Lenguas nombrando el agua, modulando

la mentida lisura al ojo atento,

desenmascaran el espejo, siembran

desorden, pliegue, variación, discurso.

Su materia es el sueño de los montes

cuya erguida aridez lo encierra o salva.

¿Tanta paz no será rebelde orgullo?

Bajo su capa de llaneza amable

se sospecha un rencor, una amenaza

al rocoso bastión de su existencia.

Monstruo del lago pues el lago mismo,

será el sueño peor del peor monte,

inmóvil ya de puro sobresalto,

en vela eterna por temor al sueño.

¿Y si no fuese así, si fuese cierta

la superficie límpida que ofrece,

promesa lisonjera de un reposo

que a sus guardianes brinda, transmutando

la penosa erosión de cada día

en un dormir o bienmorir sin fondo?

Lugar de nadie, luz de un tiempo oscuro

suspendido en el filo de la ausencia,

en el fondo de un lago siempre hay muertos

cantando. Silencioso, el monte escucha.

Mariano Anós

 



 

Tortuga

Entre barro

y flores,

bajo las piedras

del diseño,

camina

con su tránsito.

* * *

Llanto

que no consigue

deshacerse

del niño.

Begoña Montes

(08/02/2008)

 


 

 

Páramo

El páramo me arena la mirada.

Me sedifica la voz

me desnombra el tiempo.

El páramo retumba.

Me enquista el sol entre las cejas,

socava mis pasos de niebla trashumante.

Me asedia.

En ráfagas de espinas, me anestesia el grito,

me invade huracanado las arterias.

Convierte pétalos

en territorio de  cenizas.

Me desierta.

Nada.

Inés Ramón

 


 


Mares como labios como peces vulnerables[1]

mares como labios como peces vulnerables como rocas de sal y crudo negro como Quevedo y Góngora en un día de tregua como cinturas secas y frías como cenas en aluminio reutilizado como mariposas sin colores ni espiritrompas como hierba sin vacas como habitaciones ventiladas con los almohadones en el alféizar como llorar sin hacer ruido como un balonazo en la cara durante un recreo con los deberes de mate sin hacer como una cantante de ópera sorda y gorda como la comprensión de rastro como galletas picantes como las horas de agujeros como un cuchillo sin filo(sofía) como no merecer la alegría como piernas que corren porque pierden el metro al suburbio como un preso muy quieto con la puerta de la celda de par en par como abrir y cerrar los ojos muy rápido y ver luces brillantes ordenadas en círculo perfecto como los cambios tan tarde como la última noche de campamento como la vida misma como el cemento sobre los cuentos de nuestros abuelos como el andamio oxidado recién puesto por la mañana como la lluvia sin paraguas o con paraguas roto como el miedo a la oscuridad a las nueve de la noche como rezar con olor a mármol húmedo como la poesía que no arregla nada como las pesadillas rojas como las manos ásperas en un instante de peligro como un sueño erótico equivocado como ansiar los viajes al castaño del patio del colegio como un marco con la foto de propaganda como un gato flaco al desperezo crujiente como el babi sucio antes del ángelus como la palabra que falta como la que sobra como la que bastará para sanarme como la música en la máquina del tiempo como las jaculatorias en una tarde de truenos como los dueños de los coches tuneados como los troncos rayados de los árboles con iniciales de adolescentes que un día se quisieron como los viejos que escupen en la calle como quien tira monedas en cualquier depósito público que contenga agua como escuchar copla mientras se pasa el aspirador como conducir sola con los espejos cerrados como el vecino que orina en el portal como la guerra como el hambre como los finales que no traerán otros principios como las tripas con cargo de conciencia como pagar lo que hicieron otros como el dolor de ojos por leer como lamer un sobre para una madre como las dietas milagro de la teletienda como ser igual como distinta como el que lo da todo y queda cuarto como los dulces bajo llave como una multa de meses en la tarjeta de la biblioteca como una casa sin relojes que hacen tictac como desear suerte de golpe de estado líquido como amar sin gritar nada como las oportunidades que hubo como las cosas tachadas de la lista de la compra como Dios en Libia como el botón roto de rebobinar como un perro sin collar como faltas que no entiendo como intentar el amor todos los días como la vida cíclica como ir en bicicleta en dirección prohibida como aparcar de oído con la radio puesta como la sirenita sin pies como fantasía muda como azul como

Rut Sanz



[1] El título es recuerdo y reconocimiento al pintor Ángel Arribas.

 

 


 

 

Parada en La Robla

 

Junto a la luz que duda,

el ruido sin pasiones del goteo.

Sosegado es el frío, los tejados

encuentran lentamente

la cordura en el sur. Qué tibio el sol

que se resuelve en agua

sin codicia.

Centenario es el gris

de las acacias

deshojadas que observan

nuestro curvo silencio;

sobre el techo

de un vagón olvidado, fiel, sumisa.

la menstrual tristeza de la nieve.

Febrero y nieve en una

estación que nos mira.

Yo no miro tus ojos

porque sé que también

vive en ellos el sur,

llanto calmo que dice

la lentitud, la sed, que tu herida posee.

Sigue el tren detenido,

los cristales procuran

muy leves las palabras, el reflejo.

Mientras aguardo,

mientras respiro anoto

el verso que describe

la ciudad de la tarde y de los blancos últimos,

las gentes del andén, que nos ignoran,

y el enigma que vive entre los dos.

Candados por

la tinta quedan

mi corazón, para que olvide el daño,

y tus ojos de invierno, que vigilan.

 

Francisco Caro

 


 

 

Guía para un lector necesitado

 

Como al descuido avance

hasta el verso noveno donde dice

final feroz del que se marcha mudo

sin preguntar por qué pues no conoce

su íntimo motivo

y acaba de llegar a este poema

que ahora es todo suyo

cuando lea

final feroz del que se marcha mudo

usted no sabe todavía

el nombre y la estatura del sujeto

la última razón de su desplante

intuye un eclipse indeseado

y se pregunta qué esconde la palabra feroz

feroz precisamente

precisamente mudo

resista

no aparte los ojos

ni busque consuelo en el tabaco

ni evoque temerario

un rostro difuso en su memoria

este poema es solo suyo

y nunca hablará se lo prometo

de quién tanto le amó y poco tuvo

hasta marcharse un día

desprovisto de usted

feroz

y mudo.

 

 

Rafael Soler

 



 

No hay horizonte sin caballo,

velocidad sin nube,

río sin nombre,

para una amazona.

En los ojos el verde del bosque,

a galope el corazón,

labios de flecha.

Huye, huye, amazona.

Si únicos espejos son los lagos,

veloces las caricias,

perfume el aire,

tú eres amazona.

En la oscuridad de la noche

los pájaros levantan

topografía de sonidos.

Dicen: ven amazona.

Beatriz Blanco

 


Cayó un meteorito en Bucalemu

En la iglesia del pueblo celebraban una boda.

Cayó desde arriba a la velocidad de un meteorito.

Se desplomó a metros del templo y la onda expansiva hizo volar todo,

bueno, casi todo.

Menos los novios, que justo estaban en el beso,

y al Cristo que estaba con los brazos extendidos.

Lo más odioso fue el señor cura.

Se emocionó al ver tanta gente.

Planteó algunos temas axiológicos

aprendidos en el Seminario Mayor de Rancagua,

pero dio tantos rodeos que los pobres feligreses

ya no sabían distinguir dónde estaba el pecado,

dónde la virtud, dónde el norte, dónde el sur.

Mientras tanto, los niños hastiados corrían,

gritaban y se daban de puñaladas.

Cayó un meteorito en Bucalemu

y no hubo desgracias que lamentar.

Algunos machucones debido a los porrazos

y otros hematomas producto de tanto golpearse el pecho.

Novedades:

el señor cura quedó suspendido sempiterno en los aires

producto de la traicionera onda expansiva,

aunque él está convencido que está levitando

por el poder supremo de la Divina Providencia.

El Cristo, viendo que nadie lo consideraba, se desclavó de la cruz lentamente,

hizo un par de elongaciones para sacarse los calambres,

luego preguntó en arameo: ¿Quién soy? ¿Dónde estoy?

¡Se le había petrificado la memoria!

Los novios no podían creer que apenas empezando una vida,

no quedara nada, absolutamente nada,

bueno, casi nada.

Las puertas de la entrada, los muros de la derecha y este.

¡Un Cristo desorientado!

Asustados salieron del templo

o lo que quedaba de la humilde construcción

y se dirigieron por rumbos separados.

 

Juan Carlos Aros Aros

 


 

 

Cuando cierres los ojos

 

A Carmen Herrer

Cuando cierres los ojos esta tarde,

no temas que unos dedos de níquel

traten de aquietar la erguida llama

que alienta poderosa en tu pecho,

ni que las aves de mirada ciega

sean capaces de agitar, con trazo

insomne, las tranquilas corrientes

que prestan su cobijo al sueño.

Mas ábrelos: contempla ahora

como una fruta que en sazón se ofrece

enteramente para ti de nuevo,

la palpitante plenitud del día.

Rafael Lobarte

 


 

 

Y los vuelve a abrir

Para Julián

Intento hacer dormir a mi hijo:

Lo pongo junto a mí y malgasto

Canciones de cuna en la penumbra.

Él lanza un quejido contra el insomnio

Y clava su pequeño pie en mi costado

Para hacer más carnal la noche en que sostengo

El peso de sus sueños a la espera

De que vuelva violenta la vigilia

A arrancarlo cada día de mis brazos.

Fernando G. Toledo

 


 

La samaritana[1]

Los sigo de cerca

por dondequiera que van:

con mi barraca,

mi cantina de frontera,

mi circo ambulante

y su murga fulana.

Con todas las demás.

Quiero estar con ellos

donde ellos estén:

rodear su territorio

de zarza y jaramillo,

en el dadivoso desierto,

en los cañaverales, en el crepitar

obsceno de las tormentas.

Bajo los toldos

entre luces, serpentinas

recito con ellos sus letanías de bourbon

y cigarrillos. Les desguazo el hígado

mientras tropiezan guarachas,

fandangos,

valsecitos del Este.

Apenas articulan monosílabos.

Chisporrotean.

Después soy su rehén,

la farolera

trotacuarteles.

Y me echo a morir

para ser su querencia,

la flor pizpireta

entre sus muslos de fajina,

el sexo reptil

que les erice las entrañas.

Es mi ardid

una cabriola mansa.

Responde

a sus ebrias escaramuzas,

a sus besos fatuos,

perdigueros.

Miro

cómo husmean

olisquean

muerden.

Detengo el cerco de la boca

en su brillante ansia.

Abrigo

el sexo de la montonera

en este galpón o en los arenales.

Así que no amanezca

mientras menguan los esqueletos

y somos una viscosa fronda.

Aunque el amor no valga.

Suscito barullo en esos cuerpos,

la secreta escandalera

de los que van a matar.

Viviana Paletta



[1] Por error, en nuestro nº 3 sólo apareció el comienzo de este poema que ahora reproducimos completo.

 

 

 

 

 
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