La mano de lo arreglado
para gustar,
parterres, canteros…
Lo desarreglado,
lo hacinado en cualquier rincón,
sacado de otro rincón
en el que es preciso
hacer belleza;
desempolvar, quitar lo raído,
con cierta armonía
mezclar estilos,
disfrutar de esa gracia musical,
decorar.
Poner decoro en las cosas,
ceñir el nudo, cepillar el traje,
gótico flamígero
con gótico suave,
violeta y blue.
Como si lo ácido fuera tan sólo posible
a través de lo dulce.
Tránsitos meticulosos,
nada
que implique un gesto hacia el vacío.
Recorrer un código de errores,
¿por qué esto fuera de lugar?
¿por qué eso herrumbrado?
Y no descubrir
las cosas que vencieron,
cosas ahora triunfantes
desordenadas
en un nuevo orden.
Noni Benegas
Tu cuerpo
A Rocío Alarcón
Nació para las manos,
página escrita en sílabas de piel
que sólo en la caricia
pueden deletrearse.
Vino
tu cuerpo y, muy despacio,
fue ordenándose el mundo.
Igual que el aire para sostener el vuelo,
así tu piel nació para que el roce
tuviera su sentido.
Con lentitud de agua que aprendió al fin su cauce,
mis manos aprendieron
tu nombre
y sólo saben
llamarte ahora desde el tacto.
Ellas son otra forma, más cierta, de memoria;
ellas son ese borde que limita contigo,
y más allá se vuelve
frío y borroso el mundo.
Tu carne, esa escritura
del roce: la palabra más exacta
porque en ella no caben
más que los silencios.
Pedro A. González Moreno
Haikus
Roza el paraguas
la rama del naranjo.
Lluvia de azahar.
En un papel,
aquella letra tuya
que yo imitaba.
Sobre la acequia
la telaraña atrapa
rayos de sol.
Mientras discuten,
el canario en su jaula
canta más alto.
Brilla con fuerza
dispersando las nubes
la luna llena.
Susana Benet
(2012)
el periódico dice que hoy me han disparado
a quemarropa, según ellos
mortal de necesidad, dijo el cirujano al verme
nadie oyó nada, como sucede en estos casos
ni un testigo, estaba oscuro, yo iba solo
un ciudadano ejemplar, rezó una esquela
si me hubieran conocido
yo fui el peor de los hombres, lo juro
imaginad a Orfeo abjurando de Perséfone
y regresando a casa solo con su flauta
yo fui peor que todas las plagas
dios renegó de sí mismo al engendrarme
un hombre sin creencias, sin leyes
un hombre que no saludaba en la escalera
un hombre absurdo, un borrón, una errata
el periódico dice que hoy me han disparado
ellos sabrán, si lo dicen será que es cierto
yo tan sólo, creyéndome vivo y sin disparos
certifico que soy un mal hombre
un ángel caído que hoy ocupa las portadas
Rubén Romero Sánchez
El mijo
Una explanada en algún lugar del poblado
del centro del universo.
Un árbol frondoso y un sol abrumador
que amarillea las sombras
y lija las paredes de barro de las casas.
Un gran mortero con mijo.
Tres mujeres sin edad,
con los paños enrollados en las caderas,
armadas de enormes palos de madera,
muelen con esfuerzo el mijo,
milagrosa cosecha, tesoro cotidiano.
El ritmo alternativo de los golpes
es hipnótico y repetitivo
como el paso de los días.
No sonríen, muelen.
Y el tiempo queda suspendido,
eco de jornadas más antiguas,
eco de otras madres y un mismo mortero
que muele el campo y los días,
que golpea rítmicamente las hojas de los árboles,
los débiles troncos de los arbustos,
las arenas secas de ríos estacionales,
que marca el compás de la siesta
de los hombres y los niños,
que recorre el aire diáfano e infinito
hasta la primera memoria de los seres y las cosas,
que se graba para siempre en el recuerdo.
Y las mujeres muelen,
ajenas a la observación indiscreta del viajero,
ajenas a la dureza del trabajo.
Pero son contempladas largo tiempo,
hasta que la misma mirada
se disuelve en el ritmo
y se hace abstracta y eterna
como los cielos de África.
Ángel Antonio López Ortega
Quatre Cantons
Quatre Cantons es el olor a cera
en las aceras de mi pueblo,
son mis recuerdos grabados a fuego,
es mi abuela tejiendo en la mecedora,
y la mesa camilla, y el olor a naranjo.
Quatre Cantons son recuerdos bellos,
sin artificios ni desvelos,
es lo que soy sobre una balda olvidada
en una pared sin dueño.
Es tu pipa, tu foto, tus gafas,
tu recuerdo imborrable,
cada uno de estos versos
que me legaste
sin saberlo.
Miguel Ferrando
Llegó a recordar una extremaunción
Dejada en no supo qué antiguo recuerdo
Quizá parte de un pasado que tal vez
Le hubiese pertenecido
Debió ser el tiempo que extraviado en sus ojos
Anegado en sus ojos
Hizo del olvido una nostalgia impensable
Amorosa blasfemia entregada en forma de mujer
En algún lugar alguna muerte que
Como madre obstinada se le mostró
Cauterizando en herida recientemente abierta
Oración perfecta en tumba
Durante siglos de fiebre provocada en el deseo
Sorbió un cáliz beso a beso con la belleza de un dios
Virginal y uno
Fue por entonces que desde el abismo concreto
Se despeñó hacia la cima inalcanzable
Requerida ya desde antes del tiempo caída primera
Y si alguna vez derramado a la escala infinita
Por cuyo único eslabón se trepa hasta el principio
Y fin de las cosas desfalleció
No fue el agotamiento fue la nada empeñada en las
Manos la tolerancia erguida y quieta
Pero antes muy atrás
Donde su recuerdo no logró retroceder
No alcanzó su dolor y su origen ya se negaba a sí
Mismo allí donde el nunca debió ser y no fue
Más que la última amarra de la esperanza inútil y
Ciega perdida
Ultima amarra por siempre maldita y suelta por
Siempre allí a la entraña del celo ya vivo más vivo
Más inútil por jamás por nuncas por siempres maldito el
Nunca que no pudo ser que no fue más que un intento
Desesperado de no ser jamás maldito y muerto
Y después muy adelante
Tan adelante donde sus ojos no recordaron
No alcanzó su dolor
El olvido nunca recobró su sueño
Abrió sus manos perpetuamente vivas
Nació una madrugada en la que el dolor ciñó su frente
Una noche en la que el dolor
Cual despótico corcel abocado a un entusiasmo
Maníaco en una cabalgadura frenética y caótica y
Loca grabó su frente
Surgió de un magma imposible de considerar
De un nacimiento atado al geocentro de la locura
Más estéril y grandiosa divina loca y desquiciada
De la placenta estéril de un dios lisiado y desquiciado
Durante años de infancia no fue hombre
Fue tal vez un error
No era aún presagio ni suicidio
Fue milagro tan sólo milagro
Oscura cadena envolviéndose en su cinta
Conoció a la serpiente
Que exorcizada fue esposa demencia y amante
Capítulo inicial en la historia de sus cenizas
Durante unos desposorios inciertos hubo de
Consagrarse a la vida vestir el rojo palio
En su calvario mientras duró solía nombrarse
Legendario sacrificado a sí mismo
Con orgullo de ofrenda reclinada en sí misma y para
Sí
Fue un dogma rebelde
Pensándose ocultamente con desprecio
Hábil mimetismo ensombreció su rostro
La duda esforzada eozóica
Hubo veces que iniciado al milenario agravio de
Las horas enmudeció cuando
En el blando orgasmo de un lamento
Frágil esperanza de un seísmo inmensurable y último
Condescendió consigo
Todos sus días fueron días de culto
Su culto fue una víspera atenta a un nuevo
Firmamento sucedida inacabada
Su firmamento un pentecostés de sombra
Asistido de una gracia lúgubre
Logró trazar sobre la extensa faz de la tierra un
Inabarcable sudario allí grabó un rostro gravísimo
Luego inclinándose le adoró
Dios hombre arrasó su propio oráculo
Cuando en un culto fatal la ira incontenible
Esclareció el equívoco Y hombre dios fue satán
Crucificado redimiéndose a sí mismo
Vuelto a comenzar
Pero antes muy atrás
Donde su recuerdo no logró retroceder
No alcanzó su dolor y su origen ya se negaba a
Sí mismo allí donde el nunca debió ser y
No fue más que la última amarra de la esperanza
Inútil y ciega perdida
Ultima amarra por siempre maldita y suelta por
Siempre allí
A la entraña del celo ya vivo más vivo más inútil por
Jamás por nuncas por siempres maldito el nunca
Que no pudo ser que no fue más que un intento
Desesperado de no ser jamás maldito y muerto
Y después
Tan adelante donde sus ojos no recordaron
No alcanzó su dolor
Nació una madrugada en la que el dolor…
Una noche en su frente
Antonio Ferrández
[Una luna anaranjada...]
El Jevero
Una luna anaranjada cuelga sobre el horizonte. Parece como si fuese a rodar por las montañas o sumergirse en algún mar que no alcanzamos a ver. Pero no decae: sigue ahí, presidencial, clavada en el aire, ardiendo de frialdad, casi roja. El anochecer se cierne sobre el río: es una electrolisis oscura, volátil como la piel, que sangra sangre gris. Insectos diminutos como granos de arena se enredan en el pelo, en los pliegues más escondidos, excitados por un sol que mengua. El agua del Jálama se desprende de sus chasquidos diurnos y suena a caucho descoyuntado. El agua ya no es piedra, sino un lengüetazo tinto, estirado en amortiguaciones de obsidiana. Alrededor, los terruños, volcánicos, se empenachan de retama o, pelados, juegan al ajedrez con los roquedales. La aridez del cielo es proporcional a la aridez de la tierra. Pese a ello, gotea una brisa blanca, con regusto a escarcha, que nos araña las corvas, y tabletea, levísima, entre los álamos. [Mientras escribo el poema, pasa un afilador, con su arpegio secular, y potros que repiquetean en el adoquinado, y un motorista que compensa la pequeñez de su inteligencia con la enormidad de su ruido]. El paisaje se esponja, acuciado por la negrura: se colma de huecos y lechuzas. El tiempo embarra las manos, entenebrece la piel con su claridad adversa, se escinde con la monstruosa delicadeza de un adenocito. Su ubicuidad es binaria: todo lo conquista y de todo se ausenta; su estar consiste en desaparecer. El tiempo, ido, deja en su lugar las transparencias rojas de la luna, el estaño ensombrecido de la corriente, la pesadumbre de ser, entre cosas que mudan. Todo se expande en un zigzagueante torbellino de músculos y esporas. Saber que dentro de poco también yo me iré, coronado por el vuelo poligonal de los murciélagos, consciente de hechos mínimos, como el encendimiento de la brisa o el latido de las hojas, pero ignorante del mal que soy, de la oscuridad que he sido, me ratifica en esta eternidad contradictoria, en la espesura bifaz de las horas. El tiempo escapa de las piedras como las piedras del cielo, como el agua; y escapa de mí, aunque deje huellas feroces, aunque celebre su inaprensibilidad con dentelladas quirúrgicas y corroa la esperanza con la diligencia atroz de una ascáride. Lo sólido ―como el vaso que ya solo contiene el agua de los cubitos deshechos, como la esclusa que une las orillas y, a la vez, las separa, como los nombres que pululan en el aire y se confunden con las hormigas voladoras― disiente, poseído por una ligereza próxima a la ingravidez. Lo sólido tropieza, se contrae, despide llamas tangibles, sonidos en los que se entrelazan los relojes y el grito, las tinieblas y el amor. El río insiste en su fluir como una lengua en otra lengua. El río es terco, aunque sabe, como la lengua, que su fluir es su muerte. El sol se ha convertido en luna, y ahora brilla con un fulgor saturado de espinas. Cierro el libro y me levanto de la mesa. Pasan dos libélulas con los abdómenes enlazados: forman un nudo de aire, que recorren las irisaciones del crepúsculo como los impulsos eléctricos un filamento de cobre. Una última polilla quiere protegerse de los murciélagos en mi hombro, pero yo la expulso de un manotazo. Ya no queda nadie en el bar.
Eduardo Moga
Pintura al óleo con niños en la playa
Niños en la playa,
mar que viene
y que otrora también fue mío.
La misma agua,
la misma sal,
el mismo aire,
el mismo oleaje.
Soy yo, dibujado en el tiempo;
mi cubo rojo
para levantar castillos,
mi rociadera azul
para mojar la arena,
mi pala amarilla
para alisar la tierra.
Miles de puntos de óleo,
rojos, azules y amarillos;
algo así como los miles de días pasados,
blancos y negros,
cuando yo era también
un niño en la playa.
Mingo Messeguer
Artilugios
Uno
Solo esta luz carece de relato.
Dos
Las autoridades poéticas
advierten
que escribir mata.
Tres
Cuando la cera acaba
y la llama muere,
suena el teléfono,
este viejo aparato
que entierra a las personas.
Javier Sánchez Menéndez
Vidas
Nace un hombre y comienza a nacer el mundo.
Mundos naciendo y muriendo a cada instante.
Todo son visiones, todo amanecer y anochecer
de imágenes del día nuevo o ya pasado.
Un camino que contiene todos los caminos.
Un hombre que es todos los hombres.
Una palabra en el bosque más silencioso
que se haya conocido nunca.
Es decir, la mar que vuelve y vuelve sin dejar de irse.
La prolongación perpetua de nosotros mismos.
Pablo Núñez Díaz
[No refleja ni al monte ni al viajero]
No refleja ni al monte ni al viajero.
Ensimismado en su pereza, el lago
consiente sin lamento ni ufanía
el tributo que cede a la vacada
sedienta de su espléndida frescura.
Lenguas nombrando el agua, modulando
la mentida lisura al ojo atento,
desenmascaran el espejo, siembran
desorden, pliegue, variación, discurso.
Su materia es el sueño de los montes
cuya erguida aridez lo encierra o salva.
¿Tanta paz no será rebelde orgullo?
Bajo su capa de llaneza amable
se sospecha un rencor, una amenaza
al rocoso bastión de su existencia.
Monstruo del lago pues el lago mismo,
será el sueño peor del peor monte,
inmóvil ya de puro sobresalto,
en vela eterna por temor al sueño.
¿Y si no fuese así, si fuese cierta
la superficie límpida que ofrece,
promesa lisonjera de un reposo
que a sus guardianes brinda, transmutando
la penosa erosión de cada día
en un dormir o bienmorir sin fondo?
Lugar de nadie, luz de un tiempo oscuro
suspendido en el filo de la ausencia,
en el fondo de un lago siempre hay muertos
cantando. Silencioso, el monte escucha.
Mariano Anós
Tortuga
Entre barro
y flores,
bajo las piedras
del diseño,
camina
con su tránsito.
* * *
Llanto
que no consigue
deshacerse
del niño.
Begoña Montes
(08/02/2008)
Páramo
El páramo me arena la mirada.
Me sedifica la voz
me desnombra el tiempo.
El páramo retumba.
Me enquista el sol entre las cejas,
socava mis pasos de niebla trashumante.
Me asedia.
En ráfagas de espinas, me anestesia el grito,
me invade huracanado las arterias.
Convierte pétalos
en territorio de cenizas.
Me desierta.
Nada.
Inés Ramón
Mares como labios como peces vulnerables[1]
mares como labios como peces vulnerables como rocas de sal y crudo negro como Quevedo y Góngora en un día de tregua como cinturas secas y frías como cenas en aluminio reutilizado como mariposas sin colores ni espiritrompas como hierba sin vacas como habitaciones ventiladas con los almohadones en el alféizar como llorar sin hacer ruido como un balonazo en la cara durante un recreo con los deberes de mate sin hacer como una cantante de ópera sorda y gorda como la comprensión de rastro como galletas picantes como las horas de agujeros como un cuchillo sin filo(sofía) como no merecer la alegría como piernas que corren porque pierden el metro al suburbio como un preso muy quieto con la puerta de la celda de par en par como abrir y cerrar los ojos muy rápido y ver luces brillantes ordenadas en círculo perfecto como los cambios tan tarde como la última noche de campamento como la vida misma como el cemento sobre los cuentos de nuestros abuelos como el andamio oxidado recién puesto por la mañana como la lluvia sin paraguas o con paraguas roto como el miedo a la oscuridad a las nueve de la noche como rezar con olor a mármol húmedo como la poesía que no arregla nada como las pesadillas rojas como las manos ásperas en un instante de peligro como un sueño erótico equivocado como ansiar los viajes al castaño del patio del colegio como un marco con la foto de propaganda como un gato flaco al desperezo crujiente como el babi sucio antes del ángelus como la palabra que falta como la que sobra como la que bastará para sanarme como la música en la máquina del tiempo como las jaculatorias en una tarde de truenos como los dueños de los coches tuneados como los troncos rayados de los árboles con iniciales de adolescentes que un día se quisieron como los viejos que escupen en la calle como quien tira monedas en cualquier depósito público que contenga agua como escuchar copla mientras se pasa el aspirador como conducir sola con los espejos cerrados como el vecino que orina en el portal como la guerra como el hambre como los finales que no traerán otros principios como las tripas con cargo de conciencia como pagar lo que hicieron otros como el dolor de ojos por leer como lamer un sobre para una madre como las dietas milagro de la teletienda como ser igual como distinta como el que lo da todo y queda cuarto como los dulces bajo llave como una multa de meses en la tarjeta de la biblioteca como una casa sin relojes que hacen tictac como desear suerte de golpe de estado líquido como amar sin gritar nada como las oportunidades que hubo como las cosas tachadas de la lista de la compra como Dios en Libia como el botón roto de rebobinar como un perro sin collar como faltas que no entiendo como intentar el amor todos los días como la vida cíclica como ir en bicicleta en dirección prohibida como aparcar de oído con la radio puesta como la sirenita sin pies como fantasía muda como azul como
Rut Sanz
[1] El título es recuerdo y reconocimiento al pintor Ángel Arribas.
Parada en La Robla
Junto a la luz que duda,
el ruido sin pasiones del goteo.
Sosegado es el frío, los tejados
encuentran lentamente
la cordura en el sur. Qué tibio el sol
que se resuelve en agua
sin codicia.
Centenario es el gris
de las acacias
deshojadas que observan
nuestro curvo silencio;
sobre el techo
de un vagón olvidado, fiel, sumisa.
la menstrual tristeza de la nieve.
Febrero y nieve en una
estación que nos mira.
Yo no miro tus ojos
porque sé que también
vive en ellos el sur,
llanto calmo que dice
la lentitud, la sed, que tu herida posee.
Sigue el tren detenido,
los cristales procuran
muy leves las palabras, el reflejo.
Mientras aguardo,
mientras respiro anoto
el verso que describe
la ciudad de la tarde y de los blancos últimos,
las gentes del andén, que nos ignoran,
y el enigma que vive entre los dos.
Candados por
la tinta quedan
mi corazón, para que olvide el daño,
y tus ojos de invierno, que vigilan.
Francisco Caro
Guía para un lector necesitado
Como al descuido avance
hasta el verso noveno donde dice
final feroz del que se marcha mudo
sin preguntar por qué pues no conoce
su íntimo motivo
y acaba de llegar a este poema
que ahora es todo suyo
cuando lea
final feroz del que se marcha mudo
usted no sabe todavía
el nombre y la estatura del sujeto
la última razón de su desplante
intuye un eclipse indeseado
y se pregunta qué esconde la palabra feroz
feroz precisamente
precisamente mudo
resista
no aparte los ojos
ni busque consuelo en el tabaco
ni evoque temerario
un rostro difuso en su memoria
este poema es solo suyo
y nunca hablará se lo prometo
de quién tanto le amó y poco tuvo
hasta marcharse un día
desprovisto de usted
feroz
y mudo.
Rafael Soler
No hay horizonte sin caballo,
velocidad sin nube,
río sin nombre,
para una amazona.
En los ojos el verde del bosque,
a galope el corazón,
labios de flecha.
Huye, huye, amazona.
Si únicos espejos son los lagos,
veloces las caricias,
perfume el aire,
tú eres amazona.
En la oscuridad de la noche
los pájaros levantan
topografía de sonidos.
Dicen: ven amazona.
Beatriz Blanco
Cayó un meteorito en Bucalemu
En la iglesia del pueblo celebraban una boda.
Cayó desde arriba a la velocidad de un meteorito.
Se desplomó a metros del templo y la onda expansiva hizo volar todo,
bueno, casi todo.
Menos los novios, que justo estaban en el beso,
y al Cristo que estaba con los brazos extendidos.
Lo más odioso fue el señor cura.
Se emocionó al ver tanta gente.
Planteó algunos temas axiológicos
aprendidos en el Seminario Mayor de Rancagua,
pero dio tantos rodeos que los pobres feligreses
ya no sabían distinguir dónde estaba el pecado,
dónde la virtud, dónde el norte, dónde el sur.
Mientras tanto, los niños hastiados corrían,
gritaban y se daban de puñaladas.
Cayó un meteorito en Bucalemu
y no hubo desgracias que lamentar.
Algunos machucones debido a los porrazos
y otros hematomas producto de tanto golpearse el pecho.
Novedades:
el señor cura quedó suspendido sempiterno en los aires
producto de la traicionera onda expansiva,
aunque él está convencido que está levitando
por el poder supremo de la Divina Providencia.
El Cristo, viendo que nadie lo consideraba, se desclavó de la cruz lentamente,
hizo un par de elongaciones para sacarse los calambres,
luego preguntó en arameo: ¿Quién soy? ¿Dónde estoy?
¡Se le había petrificado la memoria!
Los novios no podían creer que apenas empezando una vida,
no quedara nada, absolutamente nada,
bueno, casi nada.
Las puertas de la entrada, los muros de la derecha y este.
¡Un Cristo desorientado!
Asustados salieron del templo
o lo que quedaba de la humilde construcción
y se dirigieron por rumbos separados.
Juan Carlos Aros Aros
Cuando cierres los ojos
A Carmen Herrer
Cuando cierres los ojos esta tarde,
no temas que unos dedos de níquel
traten de aquietar la erguida llama
que alienta poderosa en tu pecho,
ni que las aves de mirada ciega
sean capaces de agitar, con trazo
insomne, las tranquilas corrientes
que prestan su cobijo al sueño.
Mas ábrelos: contempla ahora
como una fruta que en sazón se ofrece
enteramente para ti de nuevo,
la palpitante plenitud del día.
Rafael Lobarte
Y los vuelve a abrir
Para Julián
Intento hacer dormir a mi hijo:
Lo pongo junto a mí y malgasto
Canciones de cuna en la penumbra.
Él lanza un quejido contra el insomnio
Y clava su pequeño pie en mi costado
Para hacer más carnal la noche en que sostengo
El peso de sus sueños a la espera
De que vuelva violenta la vigilia
A arrancarlo cada día de mis brazos.
Fernando G. Toledo
La samaritana[1]
Los sigo de cerca
por dondequiera que van:
con mi barraca,
mi cantina de frontera,
mi circo ambulante
y su murga fulana.
Con todas las demás.
Quiero estar con ellos
donde ellos estén:
rodear su territorio
de zarza y jaramillo,
en el dadivoso desierto,
en los cañaverales, en el crepitar
obsceno de las tormentas.
Bajo los toldos
entre luces, serpentinas
recito con ellos sus letanías de bourbon
y cigarrillos. Les desguazo el hígado
mientras tropiezan guarachas,
fandangos,
valsecitos del Este.
Apenas articulan monosílabos.
Chisporrotean.
Después soy su rehén,
la farolera
trotacuarteles.
Y me echo a morir
para ser su querencia,
la flor pizpireta
entre sus muslos de fajina,
el sexo reptil
que les erice las entrañas.
Es mi ardid
una cabriola mansa.
Responde
a sus ebrias escaramuzas,
a sus besos fatuos,
perdigueros.
Miro
cómo husmean
olisquean
muerden.
Detengo el cerco de la boca
en su brillante ansia.
Abrigo
el sexo de la montonera
en este galpón o en los arenales.
Así que no amanezca
mientras menguan los esqueletos
y somos una viscosa fronda.
Aunque el amor no valga.
Suscito barullo en esos cuerpos,
la secreta escandalera
de los que van a matar.
Viviana Paletta
[1] Por error, en nuestro nº 3 sólo apareció el comienzo de este poema que ahora reproducimos completo.