Fundacion Alambique para la Poesía

CAMALEONICO BECQUER

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por Agustín Porras 

Cuando Francisco de Laiglesia nos dijo que el ministro González Bravo le ofreció a Bécquer el cargo de censor de novelas “para que atendiese a las necesidades de su familia sin la fatiga de las traducciones que hacía para la casa de Gaspar y Roig”, nos daba una información de extraordinaria importancia, ya que nos lo presenta ante una tarea más continuada y menos gratificante que la realizada en esas tres novelas que trasladó al castellano con el pseudónimo D. F. de T. (Remito a los lectores a mi artículo publicado en el número 86 de la revista Clarín, así como a la edición “de urgencia” de las Nuevas rimas de Gustavo Adolfo Bécquer, Oli-fante, Col. Veruela, Zaragoza, 2010).

Digo esto porque, sabiendo que fue para esta casa editorial para la que realizó tan fatigosa tarea, se hacía necesaria la búsqueda de unos nuevos textos cuya lengua original fuese la francesa y en los que se abordasen materias poco atractivas o frecuentadas por el poeta. Con la obligada prudencia con que debemos andar en torno a estos asuntos, creo que no es muy descabellado atribuirle también a Bécquer las versiones españolas que un tal (y hasta ahora desconocido) G. R. y M. realizó de una decena larga de títulos, a cual más dispar, pertenecientes a la BIBLIOTECA CIENTÍFICA RECREATIVA puesta en marcha en 1870 por los editores antes citados.

Sé que más de uno se llevará las manos a la cabeza al oír que pretendo otorgarle al sevillano la autoría del aluvión de títulos del que este misterio-so personaje se hizo cargo (entre los que señalo algunos tan curiosos como Viajes de una gota de agua, El vapor y sus maravillas o Los misterios de una bujía), pero así son las cosas; y no se sorprenderán tanto cuando les diga que en uno de ellos, el curiosísimo La inteligencia de las aves y de los mamíferos, nos encontramos con varias páginas dedicadas al gorrión, de quien dice: “El amor le ha hecho poeta; sabe que para convencer es preciso ser elocuente, y logra serlo.” Detalle éste que quizá podría respondernos a la eterna cuestión de por qué Bécquer llamó así a aquel truncado conjunto de textos reunidos en el libro de notas que le regalaron en junio del 68, según el joven citado al comienzo de este texto.

Como digo, fueron muchos los volúmenes que Don G. R. y M. trasladó al castellano para esta colección divulgativa, pero quiero destacar espe-cialmente el primero de sus títulos, un sorprendente Viaje por debajo de las olas (¿sería ésta la obra a la que se refería Gustavo Adolfo cuando le pidió a De la Iglesia aquellos tres o cuatro duros hasta tanto Gaspar le hiciese llegar un anticipo del libro de viajes que para él estaba arreglando?). Esta novela, editada por entregas dos años antes de que hiciese aparición la popular Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne, levantó una enorme polémica en Francia al ser acusado su autor, Arístides Roger, de haberle “pirateado” el tema a su paisano. Para nosotros, sin embargo, el verdadero interés reside en haber identificado al sevillano tras esta nueva máscara, a través de expresiones e imágenes tan familiares como éstas: “coronado de una diadema de fuego”, “como un avaro se hubiera arrojado sobre su tesoro”, o “no encontramos ni un átomo de madera.”

Aun siendo realmente interesante el resultado de estas primeras pesqui-sas en torno a tan misteriosas siglas, pronto se disparó mi euforia al descu-brir que este mismo traductor se había hecho ocupado de las obras de Mayne-Reid Los cazadores de plantas y su continuación Los cazadores de rocas (ambas obras también editadas en 1870, como todas la anteriormente citadas). Se da la feliz circunstancia de que ambos títulos pertenecen a la serie “Aventuras de mar y tierra”, serie iniciada en 1869 y cuya cubierta estaba ilustrada por Valeriano Bécquer (ver mi librito La mosca becqueria-na, Olifante, Col. Papeles de Trasmoz, Zaragoza, 2009), quien muy posi-blemente sea el autor de algunos de los preciosos dibujos que acompañan estos textos.
De confirmarse su autoría, es fácil ahora comprender con qué alivio de-bió recibir Gustavo Adolfo el cargo de confianza (censor de novelas, con-cretamente) que, a pesar de las críticas que recibió por no poseer la titula-ción requerida para ello, le adjudicó el gobierno (sobre todo, el magnífico sueldo que le correspondía). Pero ¿a qué época, exactamente, correspon-den esas concretas labores de traducción? Pues, aunque todas las obras citadas salieron de la imprenta en el año de su muerte, debieron haber sido traducidas a lo largo de un periodo mucho mayor (y quizá anterior) a los meses que los Bécquer pasaron en Toledo. ¿Sólo él se ocultaba tras Don G. R. y M.? ¿Por qué escogió estas iniciales? Es pronto aún para resolver estas y otras muchas cuestiones, pero no para asegurar las que fueron sus dos primeras y únicas intervenciones en la prensa madrileña; noticia ésta que me servirá para acabar el artículo con una espectacular traca final.

A pesar de esa constante presencia suya en la decena larga de traduccio-nes que, como digo, realizó para la casa Gaspar y Roig, es inútil buscar a Don G. R. y M. en los diarios y revistas madrileños de esa época; salvo (agárrense bien) en El Museo Universal, en dos días muy concretos: uno, el 10 de diciembre de 1865, a tres semanas de su nombramiento como direc-tor de dicha publicación; el otro, quince días después de ocupar tal cargo (22 de enero de 1866). Sólo en estas dos ocasiones le veremos aparecer, como por arte de magia, para luego esfumarse por un periodo de cuatro años. ¿Curioso, no? Aunque no les parecerá tanto cuando descubran de qué tipo de texto estamos hablando.

Es de todos conocida la admiración que sentía el sevillano por la poesía popular. Pocos textos teóricos habrá tan elocuentes y apasionados como el que le dedicó a su íntimo amigo Augusto Ferrán, a propósito de la publicación de La soledad: “El pueblo ha sido, y será siempre, el gran poeta de todas las edades y de todas las naciones.” O bien “Hay otra [poesía] breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye, y desnuda de artificio, desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una que las toca, las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía.” Poesía de los poetas la llama Bécquer.

Pues bien, señoras y señores: definitivamente, creo que quien irrumpe en esos números de El Museo Universal con un sugerente ramillete de coplas no es otro que nuestro camaleónico Gustavo Adolfo, camuflado esta vez bajo las ya citadas iniciales G. R. M. Viéndolas aquí reunidas bajo el inequívoco título de Cantares, ahora sí que disponemos de sólidos argumentos para imaginarnos una escena que sería frecuente entre los hermanos Bécquer y que ya nos adelantó su sobrina Julia: tocando uno  la guitarra y el otro cantando por seguidillas o soleares, con sus cuatro chiquillos acompañándoles con las palmas. Pero, como digo, no se trata esta vez de versiones oídas en Sevilla durante su juventud, sino que estamos ante ¡unas nuevas y desconocidas obras originales de uno de nuestros mayores poetas! Coplas que han pasado hasta ahora desapercibidas (a pesar del guiño tan evidente que nos lanza en alguna de ellas) y que dicen así:

 

Cantares (aparecidos en el número 50 de 1865)

Ya sé por qué está de luto
mi corazón, niña infiel;
es porque vistes de negro
y estás encerrada en él.

             ___

Si ve tu cara un platero
la roba para venderla,
los ojos como brillantes
y los dientes como perlas.


Eres tú más sol que el sol
que en el firmamento brilla;
él no me alumbra de noche,
tú me alumbras noche y día.

            ___

Si tu corazón pudieras
mirar con tus ojos negros
lo derritieras de fijo
como el sol derrite al hielo.

            ___

Que un hombre sin corazón
vivir no puede, es sabido;
préstame, morena, el tuyo
ya que me robaste el mío.

            ___

Quisiera mil corazones
tener dentro de mi pecho
para quererte, alma mía,
con todos ellos al tiempo.

 

¿Qué les parece? Pero, esperen: que aún hay más.


Cantares (aparecidos en el número 3 de 1866)

Quisiera ser golondrina
para hacer, niña adorada,
el nido de mis amores
debajo de tu ventana.

            ___

Cuando muramos los dos,
si nos entierran juntitos,
¡qué felices van a ser
nuestros huesos en el nicho!
 
Para vengarme de ti
todo el mal que te deseo
es que llegues a querer
tanto como yo te quiero.
 
            ___

Al decirme: “yo te quiero”
deja que tan dulce frase
recoja yo con mis labios
antes que el aire la manche.

            ___

Riñendo por tu boquita
la tierra y la mar están;
la tierra dice “es clavel”,
la mar responde “es coral”.     


Ya veo a más de un flamenco buscando a toda prisa a un guitarrista con el que grabar estas preciosidades. Nada me gustaría más. Pero ¿por qué se ocultó bajo estas siglas? Quizá le pareció presuntuoso querer incorporar su nombre y apellidos a tan valiosa tradición; o , en mi opinión, quiso devolver así, sin firma alguna, unas imágenes que se fraguaron al calor de otros textos igualmente anónimos; no olvidemos que compartía con Ferrán el sueño que éste nos contó en el prólogo a su primer libro: “En cuanto a mis pobres versos, si algún día oigo salir uno de ellos de entre un corrillo de alegres muchachas, acompañado por los tristes tonos de una guitarra, daré por cumplida toda mi ambición de gloria y habré escuchado el mejor juicio crítico de mis humildes composiciones.”

Puede quedarse tranquilo a este respecto el gran poeta de Sevilla. No sólo sus famosas rimas llevan más de un siglo siendo enormemente popu-lares en ambas orillas del mundo hispánico sino que también hemos oído claramente el eco de alguna de estas últimas y más modestas composicio-nes en una “Canción yucateca” cuyos primeros compases anuncian:

Quisiera ser golondrina
para llevarte mis dulces trinos
bajo el alféizar de tu ventana.
 
Creo que, como noticia, este artículo ya va bien despachado. Volvamos a revisar el amplio fondo bibliográfico que nos dejó la casa Gaspar y Roig en la segunda mitad de aquellos años sesenta; pues, a la vista de todo lo expuesto, es seguro que estamos aún muy lejos (afortunadamente) de po-der  considerar como completas las obras hasta ahora atribuidas al poeta enfermizo pero de titánica fortaleza que se llamó Gustavo Adolfo Bécquer.

A. P.

 
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