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Los pasos contados de Manuel Carrión

Lorenzo Martín del Burgo


Durante mucho tiempo ha sido la de Manuel Carrión Gútiez (Carrión de los Condes, Palencia, 1930) una dedicación subterránea a la poesía. Volcado en sus actividades profesionales, sobre todo en las que lo ligaban al mundo de las bibliotecas en general y de la Biblioteca Nacional muy en particular, parecía haber quedado soterrada su vena poética. Esa vena poética que, por otra parte, se había despertado muy pronto, ligada en un principio al grupo de la revista romana Estría, dirigida por José María Javierre, y sobre todo al de la revista palentina Rocamador, bajo la égida patriarcal de José María Fernández Nieto. Pero, antes de esto, en el Seminario de San José de Palencia, aprendería “casi todo sobre las Letras Humanas, mucho sobre el arte de pensar y de desenredar la evidencia de la Fe y todo sobre el amor a la Iglesia y sobre la alegría de la austeridad”.

Pero todo esto quedaría, o parecería quedar, en un muy segundo plano, para el público en general, frente a la extremada visibilidad de su actividad profesional como bibliotecario, en la que llegaría a ser Director Técnico de la Biblioteca Nacional de Madrid, o, mejor, como él prefiere denominarlo, “Bibliotecario Mayor de la Nacional”. Fruto visible de este desempeño bibliotecario, entre otras muchas publicaciones, serían su Manual de bibliotecas (1987), seguramente el mejor manual de biblioteconomía en el ámbito hispánico, y La Biblioteca Nacional (1996), asimismo la mejor historia.

Pero es sobre todo con la jubilación, con la inaplazable jubilación forzosa, según la legislación del momento, en 1995, una jubilación un tanto traumática en el caso que nos ocupa, que incluso llega a poner en determinado momento en grave riesgo la salud del que la sufre, pero es, luego de esta jubilación, cuando la vena poética soterrada desde hacía tanto tiempo vuelve a aflorar pletórica a la superficie. Desde entonces los libros de poesía se multiplican, como si el poeta tuviera prisa por publicar todo lo que escribe y ha ido escribiendo a lo largo de todos estos años, como si tuviera prisa por compensar ese largo y tortuoso silencio poético. Desde entonces, desde esa jubilación en un primer momento traumática, pero bien pronto asumida, la poesía, según confesión del autor, se convierte en su auténtico refugio.

¿Qué libros son estos? Nombre en la tierra, nombre en el agua (2001), sobre el círculo más íntimo de la tierra y la familia. Poemas veniales (2002), poesía ciudadana, poemas de la ciudad. Primera memoria (Eucologio) (2003), poesía hondamente religiosa. Nomina, nomina (2005). Trenes /os (2006), publicado en el segundo aniversario de los brutales atentados del 11 de marzo. Azul alto con nubes, también de 2006. En fin, Pasos contados (2010), breve y selecta antología de todo lo anterior, realizada por el mismo autor.

Piensa Manuel Carrión que “los poetas cantan siempre de lo suyo (de su lengua y de su experiencia) y, por supuesto, todo su canto es elegía (“se canta lo que se pierde”) y adivinación (alimentada por lo mejor de la memoria: “el don preclaro de evocar los sueños”). Con su canto, que es fidelidad a la palabra “dada” más alguna secreta música, salvan algo del tiempo y (se) comunican. Esto es lo que importa”. Y dice también que los temas centrales de su poesía son “mi tierra (Carrión-Palencia), mi patria (España), el gran don de la palabra, y Dios”.

Concluyamos este breve comentario cediéndole la palabra al autor para que nos diga un par de poemas. Los escogemos de los de temática metafísica y religiosa, quizás su poesía mejor, o por lo menos la preferida por el que escribe estas líneas. Ambos pertenecen a Azul alto con nubes y asimismo fueron seleccionados por nuestro poeta en su antología Pasos contados. Son “Mi vida es sólo este poema” y el excelente soneto “Sin pretensiones” con su hermoso final.

 


Mi vida es sólo este poema

 

Mi vida es sólo este poema

en que te escribo y algo que guarda Dios.

Acostumbro a no darme por entero,

porque tengo en la sombra buena parte

de mi estatura y no querría

que leyesen del todo mi mañana.

Cuando en la mesa pongo algo de vida,

conversada, miro hacia atrás queriendo

que nadie pueda recoger mis huellas

para tenerme preso. Esto poco

que abro a medio decir, eso es mi vida.

Lo demás es con sangre y toca a muchos

que no podrían explicar rozando

su vida nada más, protagonistas

de alguna vez, de un poco, de siquiera…

Pero todo va junto, es un poema

que Dios oye temblando y no se cansa.


 


Sin pretensiones

 

Yo no me voy: me llevan; no he venido:

me han echado de menos, me han llamado;

no me inventé: me di por inventado;

no soy como cualquiera o repetido.

 

Lo común de vivir me ha sucedido:

amanecer y estar transfigurado,

rodar la tarde y verme acongojado,

caer la noche y preguntar si he sido.

 

Nada tuve tan mío que no fuera

regalo del amor, nada he perdido

a lo que ya me hubiera acostumbrado.

 

Y, si la sombra luego no se abriera,

qué alegría, Señor, pues me has tenido

con un poco de nada encandilado.


 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
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