Fundacion Alambique para la Poesía

TIENEN LA PALABRA EN EL NUMERO 8


Atardecer Schubert (en la película de Stanley Kubrick)

 

Mira bien el cuadro vacío de sueños

y el cielo roto de la casa de la locura.

Sobre el lienzo vacila el coraje del héroe,

y la mujer de la palidez infinita se hunde

en la bañera donde está el río de Ofelia

y la soledad de quien perdió la voz

antes de contar su historia.

En el salón la vida se ilumina

con la única luz de unas velas.

Quema su antorcha las cartas de la dama,

incendia su destino, muerde su coraje,

encierra su belleza en la tristeza de la pluma

que finalmente dictamina la condena:

la soledad primera detenida

ante la firma definitiva.

A Lady Lyndon

–mirada en alto,

pelo lleno de nubes–

le cae una lágrima sobre el papel,

y así se escribe el verdadero cuento.

Mira bien el cuadro:

pues más se parece tu destino

a la pluma de la dama

que a las glorias pasadas del héroe.

Raquel Fernández Menéndez


Lógico

 

Mi mujer me abandona, unas veces por otro

y otras porque descubre

al monstruo que he podido ocultarle hasta ahora;

me quedo sin amigos o me atacan

o son ellos los monstruos; el mundo se desploma;

me echan del trabajo; mis alumnos

vienen a celebrarlo a centenares

hasta el departamento; la inspectora

de educación se ríe; mis poemas

los empapa la lluvia y los arrastra

a las alcantarillas; y yo corro

y me persiguen las enfermedades

y los peligros cercan a mis hijos

y me duele hasta el alma —el alma que no existe

en sueños…

Solamente, cuando al final despierto,

entiendo en un segundo de lucidez y asombro

que el mundo lógico son esas pesadillas

—perfectamente lógico—

y que el mundo real es un milagro,

un milagro extrañísimo

que no nos merecemos.

Enrique García-Máiquez


Pedregalejo

Sin título, Sebastián Navas

I

Al irme al otro barrio,

mi barrio irá conmigo,

porque también es una isla imaginaria,

un cielo mitológico

del que penden planetas

conjurados y en trance

por el peso de un soplo, vacilando

un instante.


II

Las sardinas boquean en el aire,

pero no están rendidas,

atraviesan la hoguera del verano

y en San Juan alardean

de agallas como alas

y espadas como belfos. La galaxia

devasta el sueño alígero de un niño,

lo arroja a la verdad del artificio

y le espeta:

“Captura si es que puedes

el blancor de la noche

en que giran mis astros

como peces de plata que agonizan,

pues se acerca la hora del desastre

en que todo perece.”

 

III

La madrugada esparce las estrellas

a manojos de sangre

sobre el mar, como siembra

la semilla el colono,

como da el pescador

la morralla a las aves. La vorágine

de gaviotas voraces

se atiborra de luz atosigada.


IV

La pólvora mojada que del viento

se amontona en los ojos del pescado

detonó alguna vez

en las lindes del éter, no hubo arcilla

ni barro de mi barrio, ni espoleta,

ni costilla flotante

ni clavícula astral.

Sólo vacilación

del vacío.

 

V

Por eso, al otro barrio

mi barrio irá conmigo,

más tarde o más temprano,

una vez que en el sueño

el otro yo fulmine al yo más otro

que esconde en su antifaz al yo primero.

¿Qué persona es el Verbo?, ¿qué luz hecha

de qué múltiple forma?

Álvaro Galán Castro



Voces que miran

 

Intangibles al cabo, suficientes,

desnudas en la noche de las celebraciones,

las palabras se ordenan en su desvalimiento,

en la fragilidad de lo que queda

de materia en las cosas.

Asomadas al fondo de los ojos,

al final de la nieve,

recogen la apariencia de sus significados,

el grito que se dobla sobre su mismo grito,

sobre la intimidad de su reflejo.

Como el hombre que reza,

como el que rasga el velo de las vírgenes

y alimenta los cálices,

somos voces que miran.

Invocamos los gestos, concebimos

la ilusión de la pérdida.

La eternidad nos dona su lenguaje,

el silencio su culpa.

Ana Garrido



Dibujo

 

Dibujo en el tiempo y es el tiempo quien me dibuja.

Dibujo una sonrisa,  una lágrima feliz,  el  adiós sin

regreso,  la lágrima  que suda,  una colmena  de

abejas que sale de mi alma o del grito de mis

venas. Dibujo el dolor que bosteza. Dibujo y dibujo,

sin prisa y sin descanso, porque hasta mi

descanso dibujo en el papel que marcha segundo

a segundo por su largo camino, en su viaje sin

regreso. Y es mi vida de carbón y madera, leve

como pluma, que va quedándose plasmada en los

dibujos de la vida.

Leoni Disla



La casa de aquella infancia

 

De aquella casa en la que viviera una feliz infancia,

vecina al Parque del Prado y su descuidada rosaleda,

guardaba el rencor que siguió al desahucio:

los muebles, la ropa, los libros, los trastos en la calle,

la tenue llovizna otoñal empeorando la escena para mejor grabarla en la memoria,

El Alguacil del juzgado ha levantado el acta de la misión cumplida,

sellada la puerta con lacre sobre el pasado.

En ese momento

—con sus catorce años recién cumplidos,

jura a su desconcertada madre, venganza.

Viven luego en un cuarto piso sin ascensor no muy lejos de aquella casa.

Una sola ventana abierta a un ruidoso patio interior da respiro;

de allí el mayor empeño con que sigue estudiando

se inclina sobre textos que hace suyos mascando tenaz las palabras.

Pasan, sin poderlo remediar, los años.

El padre desaparecido en la nebulosa de una quiebra mal gestionada,

manda de tanto en tanto una modesta mesada y promete volver,

eso sí,

sin mayor entusiasmo.

La madre absorta en un melancólico silencio, hace de la resignación triste remedio.

Sigue sin entender lo que ha pasado.

Para alimentar aquel lejano rencor y evitar que el tiempo lo atenúe,

—como suele hacer con tantas otras cosas que va desgastando—

pasea los domingos con su madre y sus pasos inevitables lo llevan al parque y a la esquina de la casa de su infancia.

La contemplan, ahora habitada, recién pintada de verde claro, y se sientan en un banco a lo lejos, mascullando fragmentos de recuerdos mal digeridos.

Buscan en sus muros alguna grieta, el resquicio para recuperar lo perdido, una forma inédita de volver hacia atrás.

Un día, ya funcionario de un juzgado, notificador de testigos y sentencias, paseando frente a la casa de siempre,

ve a un niño asomado a la ventana del que fuera su cuarto de infancia.

Las miradas se cruzan.

Desconcertado,

cree adivinar en su perfil un extraño parecido con el suyo y su pasado,

para decirse:

“Un joven de aquella edad mía,

un joven que no soy yo”—

Tal es la intensidad de ese intercambio que al cabo de un instante,

fogonazo intenso de la memoria revivida,

está en la piel de aquel niño que pudo ser él,

—que tal vez lo sea—

y todo ha sido un mal sueño,

“Como si un espejo velado por los años

—dijera el poeta Álvaro Miranda —

inesperado, se revelara”.

Una pesadilla proyectada desde un turbio pasado

al presente del que nunca debiera haber salido.

Está ahora asomado a la ventana

—un hombre lo observa desde la acera—

sus padres conversan en el patio,

sobre los restos de un asado recién hecho en la barbacoa del fondo,

como se debe en un domingo asoleado.

El rencor y la sed de venganza

—si los hubo—

aparcados, lejos de esta bonanza recuperada después de tanto tiempo,

La respira con alivio junto a su madre rejuvenecida y a su padre que ha regresado,

esta vez para quedarse.

Fernando Aínsa



Lienzo, pulpo, mesa, molde

(breve solo de batería para Bonifacio Alfonso)

In memoriam

 

Pintas, pintor, mas no pintas

- bien lo sabes, lo dijiste -

que quien pinta es la pintura y ella es quien,

en el lienzo, en el papel

- esotéricos altares

de trazos, color y sueño -

a sí propia se desboca,

seductora micorriza, a minar nuestras cautelas

- hoy, ayer, antes o nunca -

decidida.


Pinta, pues, o sea, pelea,

batalla,

lidia,

engañándola a  tu vez,

- pulsa el ritmo, marca el tiempo,

son tus armas -

subconscientes geografías de encuentros y

desencuentros,

biotopos surreales de

sensuales biocenosis,

(nada de trampantojos, nuestras más ocultas

vísceras

desnudas y al descubierto)

más allá (o más acá)

- pupa, ninfa, insecto, hombre, qué bosco tan mironiano -

de cuanto lo oculto oculta,

y oficia la zarabanda que desprecia

concretar

su partitura

- dime de que te ríes y contra quién eres

te diré -

acóplate a su marea,

forma informe de lo incierto,

barroco delirio en danza y,

más allá de la trastienda donde guarda su

memoria la conciencia,

borra,

quita,

añade,

busca:

la noche es madre del día

José Ángel García



Te convoco a tu casa

Para mi nieta Claudia

Te convoco a tu casa, territorio infinito

que se asoma paciente a ese Mar Cantábrico;

tan cerca del Castillo con sus banderas de oro,

de la Iglesia almenada vecina de las nubes,

de las verdes laderas de arboleda gozosa

o los montes inmensos con retazos de nieve.

Ya sabrás que el cerezo sigue creciendo armónico,

el jardín se asemeja a una alfombra de seda,

el inocente acebo en el sol de azúcar.

Gaviotas irredentas cruzan por la ventana

navegando hacia el mar y los cielos tan blancos.

Enfrente la bahía tiene un color turquesa,

las barquitas se mecen con brisas de septiembre

y en el horizonte sorprendido y constante

todo es añil inmenso y calimas de acero.

De madrugada siempre se oye el canto de un mirlo,

en las anochecidas hay un rumor de olas,

mas hacia el mediodía cuando todo es alegre

tu casa se convierte en el centro del mundo.

Te convoco en silencio al final del verano

desde tu palacete de cuento sin crepúsculos.

Manuel Quiroga Clérigo[1]

Los Eucaliptos (San Vicente de la Barquera), 13 de septiembre de 2013.



Lugar del canto

A Diego Jesús Jiménez, amigo y maestro, in memoriam.

Es ambición hermosa someter las palabras.

Reclamaba tu verso, Diego, la lentitud del buey,

la firme levedad del junco, el más diáfano vuelo

del pájaro, ese lugar del canto donde la vida

se remansa, o se precipita, como el agua de un río sin márgenes

que nos trae y nos lleva a su antojo. De la orfandad

del universo, abierta el alma en carne viva, tomó el vocablo

la pura materia que te nombra, la más alta gracia que la belleza diera

a hombre alguno,

la llama que arde y se consuma en la armonía.

Es hermosa ambición someter las palabras, Diego, porque las palabras son,

enjugadas sus carencias, limadas sus aristas, luz,

un jirón de luz, acaso los escombros

de una luz hecha a la medida de un hombre.

En su continuo

fluir por las edades son cadencia en el tiempo,

rastros, huellas, anhelo de eternidad,

aroma de un instante perpetuo que nos salve.

Entre las ruinas

de tu casa desolada, sobre sus frutos caídos, se alza hoy

tu voz más clara, la eterna melodía de cuanto fue creado

y a la belleza dio su don más limpio.

Someter la palabra, Diego Jesús, es ambición hermosa

que no destruye la muerte, pues que la vida,

ganado tu jornal, de par en par abierto

el lugar del canto,

fermenta en otros sueños que te nombran

por desatar el tiempo

que prende en el poema

y te ilumina.

Francisco Mora


Arder en una rosa llamada adolescencia

Para Irene Fasce

I

Todos somos un pájaro caído,

rescatado del suelo

por un niño asustado

que teme no saber medir su fuerza.

Sólo somos el pájaro nervioso

que pugna por la vida porque ignora

que está a salvo en tus manos,

porque sabe del miedo,

y no de los cobijos.

 

II

Lento el instante, y rápidas las horas.

 

III

Un dibujo de sombras en la arena

que quedará fijado en el recuerdo

mientras su realidad será borrada

por el beso salino de las aguas

que ni siquiera en calma

conocerán reposo.


IV

Una imagen borrada.

Aquellos años, todos,

sólo son una niebla en la memoria

que a veces se remonta

a impulsos de los vientos del recuerdo.

Sólo niebla los años,

sólo sombras la vida,

sólo gotas de escarcha

que han podido salvar,

ocultas en rincones,

el calor de la lucha de los días.

 

V

Y sin embargo, todo

lo que fue de mi vida me es amado.

Enrique Gismero



Coraz
ón colorado

 

El dolor dolorcillo del que tiene de chapa el corazón,

tiene de chapa el corazón y es

hojalata el bote

que tiene por dentro

corazón, y está entre rejas,

de hojalata las rejas, oxidadas, pero

ahí dentro ese

corazón es

colorado.

Palpita como un

verdadero corazón,

el dolor dolorcillo del que tiene de chapa el corazón,

su corazón en un bote

de hojalata

y alguien lo arrastra

por ahí,

fosforescente el corazón encerrado en su jaula

y alguien lo arrastra

de una cuerda

por ahí,

con el polvo tremendo que sueltan los caminos,

y con lo doloroso y lo triste

que es el polvo

pegado al corazón.

Juan Antonio Marín



Infidelidad en términos bucólicos

Arrojo los papeles / sin mirar dónde caen.

José Corredor-Matheos

Un poeta lívido y gañán

de los que prefieren acometer instintos románticos

a imitación de Catulo,

constatar lo perceptible

en la mortaja del músculo domado,

me ha robado los versos

ahorrándome la sinécdoque

del mal (de) amor.

Aitor Francos



Sinfonía de lo eterno

 

Yo oigo la voz de la piedra

Oigo el canto del silencio

Entro a ese gran concierto del todo

Tomo la luz en mis manos y es mi guarida

Tomo el mar en mis pupilas

y salgo de mí hacia él

Lo trueco por el azul que es

Y en la mirada que soy

quedo vacío sin vida para mi vida

Sin estar en mí preso de mi propio exilio

vago en la música que nadie oye

y fuera del universo que soy

puedo escuchar la sinfonía de lo eterno

el himno del principio y del final

el silencio de la palabra que es un orbe

más allá de la palabra

Yo estoy hecho de ese espacio

Por eso puedo conversar con el viento

y ser viento al mismo tiempo

Pedro Ovalles



De perdedores

 

Se jugaba con el gatillo cada día, cada noche,

y mis cartas estaban sobre el tapete del sufrimiento, de la indignación,

de intentar perder y era la vida una copa desnuda de alcohol de espeso árbol

de vómito muchas, tantísimas veces,

que perdedor, soñador era ser lo mejor a veces,

brindar con la copa calva de ausencia

invitar a la mesa al último perdedor ausente.

Jacobo Valcárcel

 



La poesía es como el telediario

 

No sé qué cuenta un poeta cuando no ocurre nada.

Es como descifrar el olor del Universo.

Como intentar ver atardeceres rojos con ojos daltónicos.

A veces no hay soluciones, simplemente.

En esos días toco la guitarra y

miro por la ventana el edificio de enfrente.

Escucho el silbo constante

del equipo de refrigeración del supermercado.

Es más divertido cuando la locura viene a visitarme.

Entonces,

entro en los ascensores porque sé dónde me llevan.

En los trenes.

En autobuses que pasan cada dos horas.

En automóviles sin aire acondicionado.

El destino siempre es el mismo.

Fin de trayecto.

Es un buen remedio si no quieres acabar demente a los 22 años.

Al fin y al cabo, el humano es un ser lógico.

Acuérdense de las guerras y atentados,

del precio del agua embotellada,

de las jerarquías del hambre,

del egoísmo genético en occidente.

Todas las injustas muertes pueden ser razonables.

Esa es toda la ética que nos enseñaron.

Disculpad si he abierto sin permiso vuestras mentes.

Solo pretendo contar algo cuando no ocurre nada.

Es el absurdo deber de un poeta.

Marco Rosmarine



[1] Por error, en el número anterior de la revista le atribuimos a este autor el poema de Francisco Mora que, de nuevo, publicamos en esta entrega.

 
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