Fundacion Alambique para la Poesía

HOMENAJE A ANGEL CAMPOS PAMPANO

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Así vivieras

Miguel Ángel Lama

A la memoria de Ángel Campos Pámpano (1957-2008)

E

n este 2013 se cumplirán cinco años desde su muerte. De quien sigue siendo para el que esto escribe un pensamiento casi diario. Vivo entre libros; y Ángel existía en ellos. Vivo entre alumnos; y Ángel era un profesor. Vivo, en fin, y Ángel fue amigo, consejero, confidente. Acudo a una lectura poética y recuerdo su manera de decir los versos. Leo a un poeta en portugués —en estos días el mozambiqueño Alberto de la Cerda— y me acuerdo de Ángel Campos Pámpano y de su sentido común traductor. Leo, en fin, y pienso en lo que él opinaría sobre unas palabras que a mí me parecen inteligentes. Y esta ejemplar revista de poesía, El Alambique, me ha permitido redoblar durante meses mi pensamiento diario de Ángel Campos Pámpano (San Vicente de Alcántara, Badajoz, 1957 - Badajoz, 2008), el poeta, el traductor, el profesor, con este homenaje promovido por lectores de su obra. Estoy seguro de que esta concurrencia de amigos que escriben sobre él —que escribieron sobre el cuarto aniversario de su muerte—, en un gesto que para mí tiene mucha importancia, y que podría ocupar muchas más páginas, sabrá expresar cómo fue Ángel y la talla de su persona y de su obra, sobre la que me cabe el honor, de nuevo, de trazar unas líneas de presentación.

La muerte prematura de Ángel Campos Pámpano, en noviembre de 2008, en plena madurez creativa, truncó una de las más sólidas trayectorias en el campo de la poesía y de la traducción poética contemporáneas. Formado en la Universidad de Salamanca, en donde estudió Filología, fue profesor de Lengua y Literatura Españolas en varios institutos de enseñanza secundaria de Extremadura, y en sus últimos años en el Instituto Español “Giner de los Ríos” de Lisboa. En 1987 fundó, junto a los poetas Álvaro Valverde y Diego Doncel, la revista de literatura en dos lenguas Espacio/Espaço Escrito, que dirigió hasta su muerte. Entre 1993 y 1999 fue presidente de la Asociación de Escritores Extremeños, desde la que había creado el aula de poesía “Enrique Díez-Canedo” de Badajoz, una de las experiencias más sobresalientes de la difusión de la poesía contemporánea en los centros de enseñanza secundaria, que arrancó en enero de 1993 con una lectura de Antonio Gamoneda. En 1994 fundó, junto a los impresores Pedro Almoril y Pedro Felipe, y al escritor Manuel Vicente González, la editorial Del Oeste Ediciones, en la que aparecieron libros importantes del panorama literario extremeño de las dos últimas décadas, principalmente en los géneros de poesía, narrativa y ensayo. También promovió la publicación en 1997 del periódico de poesía hispano-portugués Hablar/Falar de Poesia, que reunió, en sus seis números hasta 2002, a algunas de las más significadas revistas de poesía españolas y portuguesas.

Su perfil como poeta no puede entenderse sin considerar su dedicación a la traducción de la poesía portuguesa, de autores como Pessoa, Ramos Rosa, Carlos de Oliveira, Ruy Belo, entre otros, pues, además fue autor de la más amplia antología de poesía contemporánea en portugués con la publicación de Los nombres del mar, de 1985 (Editora Regional de Extremadura). La calidad de sus trabajos de traducción y sus esfuerzos en la difusión de la cultura portuguesa en España le hicieron merecedor de premios como el “Giovanni Pontiero” de 2004 por su versión de la antología poética Nocturno mediodía de Sophia de Mello Breyner o como el Premio Eduardo Lourenço, del Centro de Estudios Ibéricos de Guarda (Portugal), que se concede a personalidades e instituciones portuguesas o españolas que hayan tenido una intervención relevante en el ámbito de la cooperación de las comunidades ibéricas, y que se le otorgó póstumamente en noviembre de 2008.

Su obra poética reunida se publicó en octubre de 2008, pocas semanas antes de su muerte, en el volumen La vida de otro modo (Poesía, 1983-2008), en Calambur Editorial. Este título fue la última creación de su autor, pues no se concibió como una mera recopilación de su obra, sino de un libro nuevo, nuevamente pensado, con su estructura nueva, y con variaciones significativas con respecto a las ediciones originales de las ocho entregas poéticas incluidas en él, desde La ciudad blanca (1988) hasta Por aprender del aire (2005). Su lectura es un recorrido por los tres grupos, desiguales pero bien definidos, que conforman la trayectoria poética de Ángel Campos Pámpano. Por un lado, sus libros poéticos principales, los cuatro libros más difundidos del autor, los cuatro publicados por la editorial Pre-Textos (La ciudad blanca, Siquiera este refugio, La voz en espiral y La semilla en la nieve), la base textual que define las claves poéticas de Campos. La secuencia temporal de aparición de estos libros da idea de una producción que había crecido pausadamente a lo largo de quince años, entre 1988 y 2004, con un intervalo entre un libro y el siguiente de unos cinco años.

En un segundo grupo se distingue la producción poética motivada y editada en relación con artistas plásticos (Caligrafías, de 1989, El cielo sobre Berlín, de 1999, Jola, de 2003 y Por aprender del aire, de 2005), que refleja su constante inclinación hacia otras expresiones creativas. La comunicación artística con los pintores (Javier Fernández de Molina, Luis Costillo) es preeminente en su obra, y se incorpora a ella, se mezcla, como un registro más de la voz poética, como pueden mostrar secciones enteras incluidas en los libros principales citados; así en Siquiera este refugio o La voz en espiral. Otras veces, la imagen de partida es de naturaleza distinta, y la palabra se vierte sobre la fotografía, la de autores como Antonio Covarsí, que se concreta en un libro completo (Jola) —del que se da una muestra en estas páginas de El Alambique.

En un tercer y último grupo se encuentran los ‘poemas de familia’ que fueron apareciendo desde 1993 en entregas como De Ángela y, antes, Como el color azul de las vocales, y que tienen un tratamiento especial dentro del conjunto de la obra de nuestro autor, confirmado por su agrupación, junto a nuevos poemas, en un libro de nueva factura, en un ‘libro de familia’ como El cielo casi (Editora Regional de Extremadura, 1999). Se trata de textos dedicados a sus dos hijas, Paula y Ángela, y a la madre de éstas, Carmen, y que presentan la característica formal de ser tankas (un haiku, con sus diecisiete sílabas, y dos heptasílabos finales), cuyas iniciales forman un acróstico que desvela los nombres de sus destinatarias, además de las cinco vocales y el nombre del propio autor, en un juego sólo completado en El cielo casi. En otros momentos, también, fuera ya de este grupo de poemas, Ángel Campos Pámpano ha frecuentado estas formas de la poesía oriental, como en la sección “En el lugar del padre”, de Siquiera este refugio, o en Por aprender del aire, como una manera igualmente de búsqueda de la palabra esencial, y un nuevo homenaje en el árbol de la literatura, que vertebra y da unidad de referencia —la literatura por encima de todo— a toda su producción poética, la de un lector apasionado.

Su último libro antes de la recopilación de toda su obra en La vida de otro modo fue la conmovedora elegía La semilla en la nieve, dedicada a Paula Pámpano, su madre. El libro es una especie de culminación de la altura de la poesía del autor, y así fue reconocido por el jurado que le concedió el Premio Extremadura a la Creación a la mejor obra literaria de autor extremeño publicada en 2005. Salvo en Abierto al aire. Antología consultada de poetas extremeños (1971-1984), elaborada por él mismo y por Álvaro Valverde (Editora Regional de Extremadura, 1984), Ángel Campos ha sido incluido en todas las antologías de la poesía extremeña de los últimos años, y, además, en otras importantes recopilaciones de la poesía en español, como en Las ínsulas extrañas. Antología de poesía en lengua española (1950-2000), de Eduardo Milán, Andrés Sánchez Robayna, José Ángel Valente y Blanca Varela (Galaxia Gutenberg, 2002), o en Avanti. Poetas españoles de entresiglos XX-XXI, de Pablo Luque Pinilla (Zaragoza, 2009).

“Un poeta no teoriza o define, sino simplemente nombra y esa ha de ser la única manera posible de acercamiento a la forma de verdad que es el poema, una forma de verdad que sólo es válida en la medida en que vemos en ella un modo de conocerse a sí misma y de conocer a los demás”, escribió Ángel Campos Pámpano, cuya poesía es también testimonio de esto mismo. Ese gesto que salva el día, del que habla en una de sus 'poéticas' hecha poema en uno de sus libros, en donde el gesto es forma, expresión del poema. El poema en Ángel Campos Pámpano es el resultado de un ejercicio de búsqueda de la palabra esencial, la manera de nombrar algo a partir de la forma esculpida, sea esta en prosa, sea en un verso libremente ritmado, o en el número preciso y cerrado de la cuenta silábica de una tanka. Los diferentes trajes de cada uno de sus libros. La mirada. Así vivieras.


 

 


Ángel Campos Pámpano, cuatro años ya

José Antonio Zambrano

C

uatro años no es tiempo. Nunca será tiempo. Cuatro años que el autor de La semilla en la nieve, poeta abierto a esa voz de lo indecible, que era como gustaba llamar a la poesía, acabó físicamente perdiéndose entre las nieblas y el porvenir de las noches. Cuatro años tratando de solventar el polvo que avejenta los pasos. Y porque nada podrá la pena, todavía encontramos su sigilo, cuando abrimos La ciudad blanca y Lisboa reaparece saludando a este hombre de vocación exacta por el mundo y por su humanidad.

Son tiempos malos para la lírica —o quizás no—, ya que si se escribe para contar el presente, Ángel siempre mantuvo la osadía de vivir su decencia y su renombrada condición de poeta. Pero no es momento de sufragios, más bien de recrear situaciones donde la querencia de lo asumido crecía en su voz con el pasmo necesario de la verdad. Hoy nos queda su obra, finalizada a una edad donde la muerte aprovecha el ruido y la furia para contarnos con exactitud la dificultad de entenderla y la enconada satisfacción de su egoísmo. A este lado, no debería quedar prestancia por lo hecho ni por la conformidad de lo vivido, sino mantener el aire a flor de piel en esas noches donde lo bravo acerca en su aullido el poema de Ginsberg, para después pensar con Antonio Sáez que somos aquello que olvidamos. Tristeza para lo blanco y, tristeza también, para estos días donde la indignación crece en los ojos y la conciencia es una luz que abrasa.

Todo está en mis recuerdos. Cuatro años ya. Solo que el invierno —te cuento—comienza a despuntar sobre las hojas como algo que vacía lo bello, para volver después a cuidar los entornos en esa loable estimación del mundo. Nada más. Seguiremos hablando.


 

Para Ángel Campos Pámpano y Manuel Hermínio Monteiro, ainda

Música portuguesa, tabaco,

copo de aguardiente. Por la mañana

antes de salir: “que te dé el aire,

que cure esos ojos

tan tristes”. Recogí almendras

en un caldero rojo, casi

las últimas, en la parte más alta

del campo: allí, al nivel

de la carretera, oía palabras

móviles, y a lo lejos, al volverme,

dos hogueras claras junto al arroyo.

Me arropo en la ternura

de los tonos, en el humo

y la bebida blanca —santa

compaña—, y la sensación se hace

recuerdo de sensación, episodios

de la memoria. Me acojo

en este nido para ser,

para encontrarme necesito un hueco.

Aunque algo no encaja: la vida

se va en los ojos, hilvana

capas llenas de tiempo; pero algo

se impone, esta asonancia de aes,

castellanas, con su apertura.

Miguel Casado


 

Ángel Campos o la vida de otro modo

Irene Sánchez Carrón

E

sta tarde, en la que me dispongo a escribir el último artículo de noviembre, la actualidad se abre camino con incógnitas políticas en catalán y con gratas noticias culturales en castellano, como la merecida concesión del premio Cervantes a una mujer, Ana María Matute. Aunque dan ganas de quedarse con la prosa llena de poesía de esta singular narradora, llaman nuestra atención los negros nubarrones económicos del frente atlántico que ya ha azotado Irlanda y que ahora se desplaza hacia el sur y amenaza con descargar sobre la Península Ibérica. Y duelen mucho más los saldos negativos de las cuentas de la violencia. Violencia en distintos formatos, en distintos idiomas, pero siempre con los mismos resultados trágicos: sesenta y cuatro mujeres asesinadas en España en lo que va de año, más de treinta muertos en el Sahara y posiblemente cuatro muertos en Corea del Sur.

La vida es de este modo y casi no ofrece tregua. Pero también, como dejó escrito Ángel Campos, el poeta de San Vicente de Alcántara de cuyo fallecimiento inesperado y prematuro se cumplen ahora dos años, la vida puede ser de otro modo. Al menos podemos intentar que sea de otro modo por algún breve instante en el que, echando mano del título de Luciano Feria, nos quedemos en la orilla. Les propongo hacer un pequeño paréntesis en este día gris de otoño y buscar la caricia de las palabras como cuidado paliativo para los dolores del alma. No podremos permanecer al margen mucho tiempo porque la realidad vendrá a reclamarnos con su insistente llamada, pero permitámonos por un momento siquiera este refugio.

Este pasado 25 de noviembre se cumplieron dos años de la desaparición de Ángel Campos y es inevitable que nos asalte el recuerdo de la calidad de su persona y de su obra. Conocí la poesía de Ángel Campos antes de conocer al hombre que se escondía detrás de las líneas evocadoras de La ciudad blanca, su primer libro, que me cautivó por completo. Siempre me resultó curioso, cuando tuve ocasión de tratar un poco al autor, que un hombre tan grande pudiera componer unos versos tan delicados y minimalistas como los que había leído con curiosidad y asombro en la obra mencionada y en otras como Siquiera este refugio, La voz en espiral o El cielo casi. Observando sus manos toscas, me daba por preguntarme cómo esos dedos habrían sido capaces de trenzar los finísimos cabos de sus versos sin partirlos. Ideas absurdas que se nos vienen a la cabeza a los poetas. Qué tendría que ver su aspecto con su arte. Nada, en el caso de Ángel. Sin embargo, la voz con la que recitaba, modulada y profunda, y el brillo de sus ojos sí parecían hechos a la medida de su poesía.

Es un aprendizaje también el de los ojos, escribió el poeta de San Vicente en un texto de La voz en espiral, y ciertamente sus ojos sabían cómo mirar los lugares hermosos que después su pluma convertía en pequeñas acuarelas hechas de palabras exactas y llenas de sensibilidad. Incluso a veces, como escribió San Juan de la Cruz, era la propia mirada del poeta la que iba dejando gracia y hermosura en las cosas más insignificantes sobre las que dirigía su atención. Ángel escribió muchos versos acerca de los lugares que le cautivaron: Lisboa, San Vicente, Jola, así como otros muchos paisajes urbanos o rurales de la geografía extremeña y portuguesa. Y, a la vez, como en un juego de espejos, esos textos breves y cuidadísimos cautivaban al lector que se acercaba a ellos y le enseñaban a mirar el mundo y la vida de otro modo.

Como en aquella ciudad blanca de 1988, es aquí ahora otoño y la palabra de Ángel tiene el poder de completar lo que nos falta. Estamos hablando de arte y poco importan el tiempo o el espacio. Basta con abrir el tomo de Calambur que recoge las obras completas del autor, al cuidado del profesor Miguel Ángel Lama, para que aquel otoño lisboeta de pronto se convierta en este otoño extremeño, y las palabras de entonces cobren vida en estas calles. También aquí amenaza lluvia y también nosotros estamos solos. El lector, de algún modo, siempre está en soledad. Los colores de este día se pierden en el gris de las nubes y sentimos de pronto, como el poeta, una tristeza inexplicable que nos crece por dentro.

El fallecimiento de Ángel llegó sin avisar. Alguien comentó que estaba enfermo y lo siguiente que escuchamos fue el golpe seco de su muerte. Después anduvimos perdidos mucho tiempo y el único camino transitable en medio del dolor fue su poesía, especialmente su último libro, La semilla en la nieve, elegía con la que él lloró a su madre y que nos sirvió a sus lectores para llorarle a él. Hoy he vuelto a buscar el refugio seguro de sus palabras, en un intento de recobrar su voz por los rincones escondidos, por las librerías de viejo o por los cálidos cafés donde me gusta imaginarlo escribiendo versos y resguardándose un instante de la llovizna de la vida. “Concededme siquiera este refugio, este lugar al sol donde escribir sin culpa, libremente, donde cada palabra sea un acto de amor que se hace piedra, flor del sueño, sed de nubes. Siquiera este refugio, esta orilla secreta, donde todo es más fácil.”

[Publicado en Hoy, 28 de noviembre de 2010, pág. 30]

 

 
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