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GABRIEL CELAYA POR JORGE CELA TRULOCK

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Gabriel Celaya, ayer y su poesía siempre

Jorge Cela Trulock

En la revista Nueva Estafeta del  mes de febrero de 1979 se publicó una entrevista mía a Gabriel Celaya, nacido en 1911, en San Sebastián, en familia de empresarios. Su nombre completo era Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta.
Y me dijo de pronto, en su casa, con algo de vino por medio, con Amparo, su mujer, por allí:

A lo largo de mi vida he pensado la poesía de muy diversas formas, pero la razón última y principal de mi trabajo ha consistido en intentar salir de la soledad y conseguir comunicarme con la gente. Es la poesía también un modo de hablar diferente, pero que necesita  siempre ser escuchada. No importa que el otro esté lejano, ausente, que sea de otra época, que sea un lector que  aún no haya nacido. Poesía eres tú, el otro, un contacto ajeno al tacto. Tampoco vale explicar. Hay que evitar la maestría, la docencia. Sugerir, sólo eso, sugerir… que el otro ponga tanto como tú. Una comunicación en la que todos tienen que comulgar. Son unas palabras muy pobres las que se dicen cuando no se llegan a reflejar en los sentimientos, en la conciencia, en algún lugar del otro.

Cualquier novio cogió el guante y supo entender lo antes escrito: «Son unas palabras muy pobres las que se dicen cuando no se llegan a reflejar en los sentimientos, en la conciencia, en algún lugar del otro»:

La luz, la pausa, el aire, la dicha de un Domingo
libre para marchar de la mano con ella,
reinventar la alegría natural y besarse,
y con palabras viejas decir lo siempre nuevo
más acá de la nada
.

(Del poema “El amor declarado”, 1956.)

El poeta del amor.
Más acá de la nada.

Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio y, pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?

(Del poema “Momentos felices”, 1956.)


El poeta de lo cotidiano.
En “Poesía eres tú”, en el libro Itinerario poético, escribe el poeta:

Cantemos como quien respira. Hablemos de lo que cada día nos ocupa. No hagamos poesía como quien se va al quinto cielo o como quien posa para la posteridad. La poesía no es —no puede ser—  intemporal  o, como suele decirse un poco alegremente, eterna. Hay que apostar ahora o nunca.

Frescura, lozanía, limpieza. El poeta respira con fuerza para llevarse a los pulmones lo que quizá la vida algunas veces no le proporcione, aunque la palabra siempre.

  Una rápida huida ilumina los bosques.
  Un rumor se levanta como un mar cuando tiembla.
  ¿Quién me llama en lo oscuro? ¿Qué me empuja a la tromba?
  Lo que saben los hombres y los dioses lo ignoran.

Toda su poesía respira humildad:

  No soy muy inteligente, como se comprende,
  pero me complace saberme uno de tantos
  y en ser vulgarcillo hallo cierto descanso.

(En “A veces me figuro que estoy enamorado”.)

La humildad, la sencillez, el sentirse uno más del universo, ideas o resultados que en su vida le llevó a la política, a su propia e íntima revolución, y así habla de su amigo Andrés Basterra en un largo poema:

  Andrés, aunque te quitas la boina cuando paso
  y me llamas «señor», distanciándote un poco,
  reprobándome  —veo— que no lleve corbata,
  que trate falsamente de ser un tú cualquiera…

Y llega el poeta social:

 Hay gentes que trabajan el hierro y el cemento;
 las hay dadas  a espartos, o a conservas, o a granos,
 o a lanas, o a anilinas, o a vinos, o a carbones;

[…]

la tarea del hombre con dos manos, diez dedos.

Pero fue más que un poeta social. Poeta del amor, su Amparitxu testigo fue.
Consideró la poesía como un instrumento para transformar el mundo. La búsqueda de textos, de versos que nos acercaran al poeta, a su manera, a sus extensas formas de hacernos  partícipes. No deja de ser una tarea complicada y seguramente desacertada. Un hombre fuerte, grande, de grandes risas, gesticulante, masticaba todo al pronunciar las palabras con que se expresaba, masticaba también el amor, masticaba también la amistad. Y el párrafo, sus palabras, te envolvían.

Tales son los oficios. Tales son las materias.
Tales son las dos manos del hombre, no ente abstracto.
Tales son las humildes tareas que precisan
la empresa prometeica.
Tales son los trabajos comunes y distintos;
tales son los orgullos, las rabias insistentes,
los silencios mortales, los pecados secretos,
los sarcasmos, las llamas, los cansancios, las lluvias…

Escribió una “Biografía”, ingenua, expresiva, que vale la pena reproducir en parte, por no extenderme demasiado:

  No cojas la cuchara con la mano izquierda.
  No pongas los codos en la mesa.

  […]

  Extraiga la raíz cuadrada de tres mil trescientos trece.
  ¿Dónde está Tanganika? ¿Qué año nació Cervantes?

  […]

  ¿Le parece a usted correcto que un ingeniero haga versos?

  […]

  No seas tan loco. Sé educado. Sé correcto.
  No bebas. No fumes. No tosas. No respires.
  ¡Ay sí, no respirar! Dar el no a todos los nos.
  Y descansar: Morir.

 Y termina el poeta, en cierto escrito:

Y así me eché yo, efectivamente, siempre con Amparitxu a mi lado, cuando en l956, ahorqué mis hábitos de ingeniero burgués, abandoné la fábrica de mi familia y me trasladé a Madrid, con el cielo arriba y la tierra abajo, como suele decirse. Eran los años en que la poesía social estaba en auge. Los  años en que mis libros más considerados estuvieron: los años de lucha y vida furiosa en que Amparitxu tanto me sostuvo. Y aunque fueron también los años de multas, cárcel, persecuciones y dificultades económicas son los que siempre añoraré. Porque entonces parecía que uno servía para algo.

Era una tarde del otoño madrileño. No se necesitaría decir más. O la habitación era alargada, con librerías a todo su alrededor, excepto el hueco de la ventana… Si es que recuerdo todo al derecho. Poco importa.

 
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