ANTOLOGIA POETICA DE ANGEL LUIS VIGARAY

Imprimir

Antología poética

(Selección de José Cereijo)

 

A Francisco Algaba

 

En las tardes lluviosas lo recuerdas,

Azul escapulario de la muerte,

Límpido cristal de miel reposa en tu memoria.

 

Vamos bajando, amor,

Vamos trizando tristísimos naufragios.

 

Pues dónde fueron los tibios cuerpos del amor,

Sin nombre, despreciado,

Dónde hallaremos infancia sin sollozo

Desprovista de miedo, azul igual que un niño

Tendido, dormido junto al mar.

Dónde la claridad

En la que anegar tan tristes ojos,

Bajo qué lienzo, atentas y dispuestas,

Tinieblas pertinaces,

Agotador el sueño, cama de la lujuria,

Bronce y sólo bronce sobre el pecho.

Aún las cenizas tiemblan anunciando el crepúsculo,

Mar de espuma incierta donde reposarían mis antepasados,

Horrible vencedor de oscuro juego.

 

Vamos bajando, amor,

Vamos trizando tristísimos naufragios.

 


 

Qué de horizonte, en fin,

Azul

Habéis dejado.

Cristalino vapor, devorado camposanto.

Y tanto amor enorme,

Tanta muerte vanidosamente amarga,

Cadáveres de nieve, acuchilladores del otoño.

Tanto sollozo ciego

En campos de espuma

Donde me tiendo y amo.

 

Pues cuando llegue la noche

Recordadme al olvido,

Inmenso mar dorado ensimismado.

Y ebrio de lágrimas

Diré que esto es un truco,

Y olvídense de flores y epitafios.

Raza crepuscular,

Caído caminante.

Audaz arrecife iluminado.

 

El soldado lloró hasta el alba

Por enésima vez,

Y ya no vuelve.

 

* * *

A Rafael Pérez Estrada

 

Materia gratuita, refugio iluminado,

Hondo sur, dice,

Mira, límite del ojo zodiacal,

Rosal poniente, cristalino.

Y una vez y otra he de llamarte por tu nombre,

Cómo pudo hacerlo, pútrido estanque;

Aléjate de la casa que en ruinas

O el turbio azar acabará por la mañana.

Durante la noche

La brisa nos condujo a Trieste,

Cálido mar, imagen y semejanza.

El esperma infectará la herida

Y el viento amaina

Al roce con tus ropas.

 

Por qué camino, tú me dirás,

Se sale de este pantanoso, desolado

Cementerio.

 

* * *

A Mario Míguez

 

Lo efímero del día y del cielo

Gris. Sin conmemoración

Algunas nubes pasan lentas

Bajo el cielo gris.

Pero no siempre es así.

Otras veces,

Algunas nubes permanecen quietas,

Absortas, podría decirse casi mudas

Bajo un sol de agosto,

 

Sin sombra, absortas,

 

Podría decirse casi mudas, algunas

Nubes permanecen quietas, podría decirse

Que contemplando lo efímero

Del día y del cielo gris.

 

* * *

 

Espesura claveteada de jadeos

Y viento turbio

Para la ausencia de vacío,

Esos son los atributos del poema.

 

Sordo grito, sol quebrado,

Lento fruto

Bajo la hora reseca,

Plomiza,

En la tarde vacía

 

Que desciende lentísima,

Sol a sol,

Hacia el crepúsculo.

 

* * *

A Leopoldo Alas

 

Mas este dolor de aniversario

Cesará con la música desnuda,

O para el próximo invierno

Todos mudos, ciegos de maldad.

 

Se quebrarán las alas del alcotán

Y siete sonrisas a lo lejos,

Nietas del sauce y del caballo,

Antes de expirar o quizá no,

Durante y luego, hace tanto

Tiempo. Y nada has visto de Roma.

 

Estación Termini y qué,

El silencio estruendoso de la nada

Hasta más allá del alba.

 

* * *

 

Con el alarido de la lluvia

El soldado ha caído a tierra.

Ahora, más que nunca, se precisa

La presencia del enviado,

Espejo del bosque de abedules,

Náufrago desarraigado que pregunta

Por el origen del fuego que lo abrasa,

Ignorando que bruñida y mortal

Es su condena, cárdena condena.

Y por más que tañáis, campanas altas,

Las galeras surcan ya aguas ajenas;

En lontananza, gaviotas delicadas aletean,

La extraña muerte cotidiana

Sonríe a estribor.

 

Y a babor resopla,

Por allí resopla, capitán, por allí,

Monstruo blanco infernal,

Destino cierto.

 

Sólo la muerte cesa,

Sólo la muerte cesa

Con estridente lenguaje que evapora.

 

* * *

 

Y esperamos que después de la luz

Se hizo la nada,

Y aún más lejos esperamos

Punzadas,

Y todavía esperamos canciones,

Elegías.

 

Tumba inmaculada, humeantes crisantemos

Al ciego sol ardiendo.

 

Jirones de lluvia espesa

Después de la partida,

Y todo amor no pudo nada.

 

Ventana estrecha al alba cristalina,

 

Cañaveral herido,

Última vida,

Al fin ganamos la partida.

 


 

En qué abismo de palidez,

En qué piedra materna

Inhalas el vacío,

Clarividente axioma.

 

En qué gélida raíz de tronco hueco

Llameaste un invierno.

 

En qué áspera sombra

Aletea

La mano mortal

Con la que habrás de desgarrarme,

 

Ribera de luz,

Crepuscular guijarro rojo.

 

* * *

 

Huías. Hacia dónde.

Por tu boca de miedo,

Con silencio entre los brazos,

Hacia la playa

En que nos encontramos.

 

Playa de escombros,

Yo distribuí las mañanas

Húmedas sobre tu corazón,

Sobre tus ojos azulados.

 

Cañaverales bajo el cieno

Atravesamos en las horas cruentas.

 

Pleamar de claridad,

Gaviota errante, volabas,

Huías. Hacia dónde.


 

A Francisco Brines

 

Ni una gota de sombra

Has derramado,

Y sin embargo

Permaneces herido.

Ni una palabra de luz

Has cercenado,

Y sin embargo

El crepúsculo se posará en tus ojos.

Entre párpado y párpado

Y en la mano

Que abrías y cerrabas,

 

Cerrabas y abrías,

Con punto y punto de sutura,

Ante el desolador vacío que creabas

En el centro exacto de esta nada.

 

(De Grama, 1995